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EDITORIAL APTA.com No 3

Nunca nos van a robar la esperanza, ni nuestra voluntad de lucha

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Desde hace mucho tiempo, décadas, los argentinos vivimos casi sin interrupción en la incertidumbre, angustia, miedo e indignación. Una condena inmerecida de acuerdo a nuestros recursos económicos y cantidad de población, pero no inexplicable. Algo ha estado funcionando muy mal en nuestra sociedad y organización nacional, con complicaciones y agravamiento a través del tiempo, para que estemos padeciendo tan graves y constantes infortunios.
Nadie, integrante de nuestra sociedad, puede eludir su cuota-parte de responsabilidad ante la realidad que padecemos pero, obviamente, los mayores responsables son aquellos que más poder tienen en todos los ámbitos (políticos, empresariales, sindicales, intelectuales, mediáticos, eclesiásticos, etc.), para influir en el rumbo de nuestra vida social y el de nuestra Nación. Todos somos responsables, para bien o para mal, pero algunos muchísimo más que la mayoría.
Por eso, la causa principal de nuestros males se debe diagnosticar en nuestras clases dirigentes en sus distintos estamentos. Sobre todo, en la dirigencia política que ha gobernado nuestro país, sea de origen civil o militar. De las dictaduras ya sabemos por definición y trágica experiencia, que solo se puede esperar terribles crímenes institucionales, económicos y sociales. Pero, de la democracia republicana, tenemos el derecho a esperar todo lo contrario: la creciente realización del bien común, en cada uno de los aspectos que afectan a los individuos en una sociedad. Pero, ello es imposible que suceda, cuando esa forma de gobierno se corrompe y degrada progresivamente, como ha venido sucediendo en la Argentina desde el retorno de la democracia, hace dentro muy poco treinta años.
La Democracia, es el poder y el gobierno del pueblo, en donde las decisiones colectivas son adoptadas por toda la sociedad, mediante mecanismos de participación directa o indirecta. La República, es la cosa pública o lo público, fundamentada en el imperio de la ley o la constitución; y en la igualdad ante esa ley para frenar los abusos de individuos o grupos más poderosos sobre los menos: como ser las corporaciones económicas, los gobierno desde el nacional hasta el municipal, y las mayorías sobre las minorías.
Ambas se corrompen, cuando los funcionarios de gobierno violan sus compromisos públicos y utilizan sus privilegios para obtener beneficios de poder y económicos, en complicidad con otros dentro o fuera de esa administración o “cosa pública”, perjudicando así al bien común.
Son tan corruptos los que ofrecen dinero o prebendas como los que la reciben. Así Democracia y República se transforman en una cacocracia o el gobierno de los peores, los más ineptos y deshonestos. Los que por la magnitud de sus delitos más atentan contra el bien común. Es la impunidad o falta de castigo judicial, la que alienta a los corruptos a seguir actuando y a otros a imitarlos.
El “no pasa nada”, es el que hace sentir invulnerables a los corruptores de la república democrática. La Democracia y la República, se degradan también por la demagogia.
Una estrategia política usada sistemáticamente para manipular la voluntad de los pueblos, mediante una oratoria exaltada y crispada que no a pela a la razón sino a las emociones, de amor, odio, miedo, etc. Conjuntamente con la propaganda, retórica y mediática, que distorsiona y oculta la realidad a través del uso de falacias. Todos, ardides políticos para ganar tramposamente el favor popular y poder conquistar y/o perpetuarse en el poder.
La pregunta de sentido común que se impone a esta altura es, ¿Qué hacer para cambiar nuestra realidad? Sin duda, instalar en todos los órdenes una nueva clase dirigente. Nueva o totalmente diferente no por edad necesariamente, sino en cuanto a sus valores éticos; convicciones institucionales democráticas republicanas de forma de gobierno; políticas de Estado económicas que en verdad generen producción y empleo, no subsidios y dádivas; y la implementación de una real justicia social, mediante la redistribución equitativa de la inmensa riqueza nacional.
Una clase, de la cual es exponente conspicuo por sus ideales y valores, el ex cardenal primado argentino Jorge Bergoglio, actual Papa Francisco. Quien pidió que, “nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio”. Desde el Consejo Directivo de APTA, promovemos ese cambio dirigencial y lo testimoniamos con nuestro accionar y compromiso diario con los nuevos valores e ideas que hemos detallado. Desplegándolos hacia dentro y afuera de nuestro sindicato, porque ambos ámbitos son útiles e indispensables para trabajar por el bienestar de nuestros compañeros y afiliados.
Todos conocemos los problemas que nos apremian. La crisis muy seria de nuestras principales fuentes y puestos de trabajo, Aerolíneas Argentinas, Austral y la fábrica de aviones Fadea SA, pilares de la industria aeronaútica nacional, civil y militar, hoy en estado de extinción. Una crisis iniciada durante la previa administración privada extranjera, que se ha profundizado a partir del control y gestión estatal. Resumida en, falta crónica de inversiones en equipamiento técnico, infraestructura y profesionales técnicos aeronáuticos; falta de trabajo genuino; operaciones permanentes político-partidarias en contra de los auténticos trabajadores técnicos aeronáuticos como también de APTA; mentiras sistemáticas por parte del Estado nacional sobre la realidad de dichas empresas.
Pero no dudamos que nuestros problemas y los de todos nuestros compatriotas, solo se solucionan con más democracia republicana, libertad, decencia, respeto y los valores que dignifican a las personas empezando por el del trabajo, físico o intelectual, y terminando por el de la justicia en todas sus acepciones y tipos. Ni a la dirigencia de Apta, ni a nuestros compañeros comprometidos con su realidad gremial, social y política, nadie les va a impedir construir una nueva Argentina, necesaria y posible, con nuevos valores, ideas y dirigencia que la conduzca.
Los ataques y persecuciones de autócratas venales y necios, que roban nuestros trabajos y nuestras vidas, nos honran y fortalecen en nuestras convicciones y militancia.

Buenos Aires, mayo de 2013
Ricardo CIRIELLI
Secretario General

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