Nadie puede negar que la campaña
presidencial hasta ahora fue
pobre en materia de propuestas
de gobierno, con objetivos y medios
para alcanzarlos. Por eso no
debe extrañarnos que dos cuestiones
que a pesar de estar instaladas
en el debate social desde
hace casi 25 años, fueron apenas
mencionadas en las programas de
todos los candidatos: qué hacer y
cómo, con las políticas públicas
de nuestro sistema de transporte aerocomercial y con la
industria aeronáutica argentina cuyos exponentes principales
son Aerolíneas Argentinas y Austral y la fábrica de
aviones Fadea SA en Córdoba, respectivamente.
Tanto el sistema de transporte aerocomercial como la industria
del sector enfrentan graves problemas de administración
y supervivencia desde su privatización a manos
de empresas extranjeras a inicios de los 90 y luego
con su reestatización. Sus males fueron el vaciamiento
y la administración fraudulenta primero y, después,
subsidios siderales e insostenibles, aunado esto a la falta
de inversiones –materiales y humanas- en las áreas
técnicas de las compañías aéreas. Sumemos también la
parálisis productiva de la fábrica aeronáutica, que apenas
pudo hacer un prototipo de entrenamiento dos veces
anunciado en cuatro años.
Argentina con 2.800.000 km2, el octavo territorio mundial,
un millón de km2 más si se suma el área antártica,
es forzosamente un país aerodependiente tanto de la
aviación comercial como de la militar. Por lo tanto es indispensable
una línea aérea de bandera para estructurar
una política aerocomercial.
Países mucho más pequeños la tienen. Hoy viajar en
avión no es “cosa de ricos”. Los viajes han proliferado
en todo el mundo y se usa el avión masivamente. La
carga aérea nacional e internacional, rentable y estratégica
para el desarrollo económico, debería ser hecha
por Aerolíneas Argentinas que es nuestra aerolínea de
bandera. La aviación militar nacional demanda también
todo tipo de aeronaves para múltiples propósitos de entrenamiento
y defensa.
Un país con esas exigencias necesita una industria aeronáutica
poderosa que las satisfaga, con competitividad
también para exportar, incluyendo el mantenimiento y
la reparación aeronáutica, e involucrando a Aerolíneas,
Austral y Fadea, así como a otras empresas aerocomerciales
menores y los aerotalleres. De esta manera se
generará empleo productivo argentino (anualmente se
reciben cientos de jóvenes técnicos en escuelas especializadas),
se impulsará el desarrollo tecnológico nacional,
se ahorrarán cuantiosas erogaciones en divisas y, se ganará
en independencia económica y política
Argentina lo puede hacer al igual que lo han hecho otros
países. Todo depende de que las empresas estatales o
privadas (ambos modelos fracasaron en las últimas dos
décadas) junto con los entes de control Estatal sean
conducidos por funcionarios idóneos y honrados, además
de instrumentar políticas públicas aerocomerciales
y aeronáuticas que a largo plazo se transformen en políticas
de Estado.
Alguna vez lo hicimos. Basta con recordar la visión
de Jorge Newbery, hace 100 años, al fundar la Escuela
Militar de Aviación, antecedente de nuestra Fuerza Aérea;
o Marcelo T de Alvear, en 1927, al fundar la Fábrica Militar
de Aviones en Córdoba (hoy Fadea SA.). Y por supuesto,
Juan Domingo Perón, en 1950, al fusionar cuatro empresas
y crear Aerolíneas Argentinas.
La Argentina debe refundar su complejo industrial aeronáutico
civil y militar mediante un plan maestro basado
en el transporte aéreo, nuestro poder aeroespacial, y la
fabricación y mantenimiento aeronáutico. En un país como
el nuestro hacerlo no es una opción, es una necesidad
para ser Nación.
Los dos candidatos presidenciales que se enfrentarán en
esta segunda vuelta deben tener un proyecto de políticas
públicas sobre ello. Su obligación es hacerlo público y
abrir el debate, para que el soberano sepa elegir.
Ricardo Cirielli
Secretario General