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02/06/2015 - Clarin.com - Nota

Gasto público: desbordes y descontrol

Cerca de Axel Kicillof afirman que el ministro ya sacó de su radar la candidatura a vicepresidente dentro de la fórmula oficialista y que está concentrado en la gestión, con la idea fija de continuar en Economía después de diciembre. Pero si el punto es gestionar prolijamente, el desbarajuste acumulado en las cuentas públicas no parece un buen antecedente.

Técnicos de ministerios importantes del gobierno, a quienes de verdad les preocupa la magnitud del problema, admiten que están “desbordados”, que han “perdido el control sobre algunas partidas del gasto”.

Y si de gente desbordada se trata, pocos deben superar al secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, forzado a hacer malabares entre ingresos que nunca le alcanzan y decisiones políticas que siempre lo superan. Anda confundido nada menos que un hombre con larga experiencia en el manejo de los números fiscales, antes y durante el kirchnerismo.

Quien tampoco da abasto es Ricardo Echegaray, el jefe de la AFIP. Así pise las devoluciones del IVA para engrosar la caja y consiga que la recaudación tributaria avance al 29,5% anual, nada resulta suficiente cuando el gasto crece al 44% como en marzo. “Hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos, pero hay cuestiones que no dependen de nosotros”, cuentan por lo bajo en la AFIP.

Mucho más que comentarios de intramuros, reservados, dice una cuenta del propio Ministerio de Economía. Al 24 de mayo pasado, la deuda flotante de los organismos de la Administración Nacional con proveedores y contratistas, por gastos comprometidos o realizados y no pagados, ascendía a $ 65.000 millones.

Para que se entienda mejor, eso significa 7.222 millones de dólares según el tipo de cambio oficial. Equivale al presupuesto anual completo del Ministerio de Desarrollo Social, supera a los de Educación y de Seguridad y casi triplica al de Salud.

La planilla canta, entre otras cosas, que ya se ha gastado el 76% del cupo para Prensa y Difusión, o sea, propaganda oficial; cerca del 60% del presupuesto asignado a Aerolíneas Argentinas; el 53% de los subsidios a la energía y un 45% de los previstos para el transporte urbano por colectivos. A este ritmo, habrá desde luego mucho más.

Contrastes tomados de allí mismo, la ecuación arroja 22,4% en Industria; 28,5% en Ciencia y Tecnología y 32% para Cultura. El cruce de los números revela, al fin, cuáles son las prioridades y cuáles, las apuestas del año electoral.

Si hasta las provincias, habituadas a penar por la falta de plata, ahora son favorecidas por un aumento de las transferencias manejadas discrecionalmente desde la Casa Rosada. Mejor sería decir ciertas provincias: las alineadas con el poder central, aunque para el caso no hay planilla que identifique el destino de los recursos.

Obras y carteles con anuncios, allí donde sean visibles y convengan al proyecto cristinista, este año también crecen fuerte los fondos para inversiones públicas. Corren al 33%, las transferencias discrecionales al 60% y ambas muy por encima de los magros registros de 2014. Tampoco hacen falta explicaciones: saltan a la vista.

Más para alimentar en grande las chances del oficialismo, pronto el tren del gasto público tocará las jubilaciones, la Asignación por Hijo, el programa Pro.cre.ar y todos aquellos que sean funcionales al plan mayor: la continuidad en el poder y de los beneficios que da el poder.

En ese todo vale, también entra que Kicillof convalide tasas de interés del 27% para colocar bonos de la deuda del Estado en pesos, cuando al mismo tiempo sostiene que la inflación no pasa el 15%.

Ya lleva comprometidos $ 20.000 millones y va por más. Sin contar el capital, solo lo que existe ya implica pagar intereses por no menos de 5.000 millones de aquí a un año: así de envidiable es el negocio que el ministro sirve en bandeja a los bancos y a los grandes operadores.

Nada diferente pasa con las letras que ofrece el Banco Central, porque de una u otra manera son obligaciones que cargan sobre las espaldas del Estado. Mientras tanto, la emisión que financia gasto público va camino del 36% anual.

Frente a tantas cifras que lucen desmesuradas o explican cómo el Gobierno entiende la conexión entre política y economía, el ajuste del dólar oficial rondaría un 15% en el año. No existe aquí ninguna contradicción: el retraso cambiario, los subsidios y el congelamiento de las tarifas son parte del mismo arsenal, igual que seguir exprimiendo al Central y a la ANSeS.

Kicillof ha fracasado en el intento de imponer un aumento del 27% a los gremios supuestamente amigos. Si el caso es la UOM, el 27,8% que pregona incluye una recategorización para la operarios menos calificados que eleva sus salarios en un 38,4% y, además, los empresarios se comprometieron a aportar 400 pesos por cada trabajador para la obra social del gremio.

Quizás convenga correr el eje de la discusión: lo que parece ser el objetivo final es clavar el 27% en las demandas de los estatales. Y tener fondos disponibles para maniobrar en frentes de mayor rédito político.

Debiera estar claro, a esta altura, que un Estado poderoso a todos los fines siempre fue una pieza clave del modelo K. Y que ahora importa nada que el año pueda cerrar con un déficit fiscal impresionante: $ 250.000 millones, unos 25.000 millones de dólares y casi el 7% del PBI.

La última vez que hubo un rojo similar fue en 1998, a la salida del jubileo menemista, en los tiempos de la re-re y cuando Carlos Saúl todavía soñaba con perpetuarse en la Casa Rosada.

El bombazo cayó sobre la Alianza y más aún: al destapar la olla, los funcionarios encontraron que debajo de la alfombra había gastos ocultos y que el paquete completo era mayor al que parecía. Su aporte al despropósito fue otro despropósito: un ajuste estilo FMI que sumergió a la economía en una recesión prolongada.

Calculadas sobre el déficit primario que se proyecta para este año, es decir, sin incluir pagos de la deuda, asombran algunas comparaciones hechas por una consultora privada. Cuentan que rojo sería equivalente al valor de la producción automotriz de más de tres años. Y que superaría en 11% al que suman las cosechas de soja, maíz y trigo juntas.

Nada de esto puede ser ignorado por Kicillof. Y habrá que ver cómo se las arregla con una estantería semejante, si concreta su ambición de perdurar.

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