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07/04/2012 Diario Perfil

El fin de los principios

La trama secreta de la renuncia del subsecretario de Transporte y cómo oficialismo y gremialistas arrían banderas para destronar al jefe de la CGT.

Por Roberto García
06/04/12 - 10:44

"LA ESGRIMA POLITICA" secretario Hugo Moyano DIBUJO: PABLO TEMES.
Si no fuera por la desopilante travesía lunar que protagoniza Amado Boudou, la principal novedad de la semana hubiese sido una renuncia algo insignificante según la visión de varios matutinos que la relegaron o no la publicaron. Se fue Jorge González por “convicciones”, como corresponde, según consta en su carta de dimisión, descubrimiento ético algo tardío y seguramente repentino del subsecretario de Transporte, quien triscaba en el gobierno desde 2003 y, desde entonces, su código moral nunca había sido afectado. Siempre al lado de Néstor, de Cristina, de Ricardo Jaime o de Juan Pablo Schiavi. Inmune a todo. Ahora, ocurrió algo diferente: su planteo o diferencia radical con la administración kirchnerista pasa por el reclamo de un subsidio o por la denominación de “servicio público” –que viene a ser lo mismo– para el transporte automotor, más exactamente para los intereses del gremio camionero. De ese detalle contable, pecuniario, se tratan las “convicciones” que obligan al retiro o el llamado “servicio público”, ambigua etiqueta ahora de moda en la jerga estatizante que rinde tanto para la organización moyanista , como para justificar las restricciones posibles a YPF-Repsol o las que sin éxito se demandan, hace tiempo, sobre el sector bancario (Cristina, en este último punto, siempre se mostró inflexible y ninguno de los que exigen la mutación, como Martín Sabattella, consideraron la “convicción” tan importante como para alejarse del panel).
Casi ignoto transcurrió González en la gestión, pocos le reconocen voz o rostro, su cargo cubría ciertamente una suerte de convenio compensatorio entre el Gobierno y Camioneros, del mismo modo que otro colega gremial, del sindicato ferroviario, también ocupaba un puesto semejante en la misma área (no parece casual, tampoco, que ambas organizaciones compartieran intereses a instancias directas del kirchnerismo en la sociedad privada del Belgrano Cargas, como si ambos institutos fueran empresarios privados). Delicias de la vida, de las “convicciones”. Aunque el 2003 es una estampita lejana, bien valdría volver hacia esos tiempos en los que González ingresó al Gobierno, explicativos y exploratorios de esa comunión posterior entre Moyano y los Kirchner que no ha sido tan natural, homogénea y pura como sus protagonistas la exhibían, más bien respondía a negocios, dinero, influencias, poder. Con la salida de González –a la que habría que sumar el reciente relevo del yerno de Moyano, Christian Asorey, quien estaba al frente del manejo de los fondos de la APE, ahora reemplazado por una devota de Cristina, Liliana Korenfeld– se consuma el no retorno en apariencia, la discordia total entre el secretario general de la CGT y Olivos: no son ya palabras críticas, desplantes, gestos mal o bien educados o pésima comunicación lo que los separan. Tampoco la política. “Efectividades conducentes”, sería el término apropiado y remite, como se sabe, a lejanos tiempos del siglo pasado.
Néstor Kirchner había asumido con la bendición de Moyano, inclusive –se afirmaba–con un respaldo económico vital para la campaña electoral (sin eufemismos, entonces hablaban de 500 mil dólares). Esa contribución, en la que no fueron ajenos algunos allegados del santacruceño que luego participaron del Gobierno, suponía la designación en Transporte de un salteño conocido en el rubro, López del Punta, como delegado del titular de Camioneros. Pero ese nombramiento nunca se produjo y un revuelo interno explotó en las inmediaciones de Néstor por ese presunto incumplimiento. Con otro hombre en el cargo, Jaime en este caso, hubo medidas que incomodaron más a Moyano: el otorgamiento de subsidios a empresas que justamente no coincidían con el paladar del sindicalista a lo largo y ancho del país. Como si se fuera a montar una estructura diferenciada de la que ya existía y con la que convivía Moyano. Quizás por los años transcurridos o la brevedad de la reyerta, casi nadie recuerda esas dos o tres semanas en que Moyano amenazó con la guerra al incipiente gobierno. Y con la negativa de éste a transigir ante las demandas del camionero. Todo, claro, por una cuestión de “convicciones” entre las partes.
Hubo mínimas batallas, gritos, intimidaciones, por fin lo que parecía un duelo de titanes culminó en un encuentro entre caballeros; Kirchner mantuvo a Jaime, pero incorporó a González como segundo en tareas específicas de control y cesiones, tan ignoto como ahora, entonces un papel carbónico de Moyano en el sindicato. Y, eso sí, reprogramó la dirección de los subsidios. Como se sabe, el modelo no es una cuestión de nombres, tal vez sí de números. Desde entonces, se juraron amor eterno, cumplieron, ambos se volvieron prósperos. Condición ineludible a la suma del poder. Para muchos, ese romance por conveniencia se astilló el día previo a la muerte de Néstor, luego –dicen– de una acalorada conversación telefónica. Lo cierto es que, desde ese momento, nada fue igual entre Moyano y Cristina, lo que no impidió que González ejerciera sus convicciones en la cartera. Hasta esta semana.
Su partida, entonces, transparenta lo obvio: la lejanía insalvable entre el Gobierno y el jefe camionero, la militancia oficial para desplazarlo de la CGT el l2 de julio, inclusive a costa de pactar con sectores a los que alguna vez descalificó. Fue, también esta semana, la instancia justa para aglutinar fuerzas entre gremios, llamense gordos, independientes o lo que sea, distanciados de Moyano. Parecen dispuestos a consentir cualquier nombre para el reemplazo –aún el del inofensivo Antonio Caló– mientras se obtenga una lista de exigencias, unos cinco o siete puntos ya conocidos, del salario familiar al mínimo no imponible, de fondos de obras sociales a paritarias que parezcan libres (avanza lo de 20 a 22% de aumento, pero hasta julio). Mientras, alguna sombra planea sobre la unidad del movimiento obrero: más de uno piensa que la crisis interna, tal vez, genere dos CGT (como en los tiempos de Azopardo y Brasil), ya que en general nunca se fue a elecciones con más de una lista a la central obrera. Salvo, claro, cuando lo echaron con votos a Saúl Ubaldini (sustituido por Rodolfo Daer), episodio que la leyenda popular se niega a recordar, incluyéndolo a Moyano.

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