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29/01/2012 Perfil - Nota - Sup. Domingo - Pág. 12

Bajo el ala pingüina

LIBRO

La relación que construyó el poder de Moyano.

Tras su renuncia pública al Partido Justicialista en el último acto de Camioneros, en Huracán, el líder de la CGT se guardó del ojo público.
Aquello que nadie imaginaba es una realidad: el idilio que lo unió desde los comienzos del kirchnerismo al entonces presidente y, luego, a Cristina ya no existe. Este fragmento del libro de Emilia Delfino y Mariano Martín retrata la construcción de un poder que parecía sin fin.


Tal vez para muchos, la alianza de Kirchner con Moyano parezca un logro del Negro (Moyano), pero fue un mérito de Kirchner.
Lo absorbió y así paralizó el tipo de protesta que le podría haber costado el gobierno”, se jacta un ex funcionario del “pingüino”. La relación comenzó tímidamente pero el santacruceño, que había llegado al poder gracias a las fuerzas del antimenemismo, identificó a sus futuros aliados de inmediato.
Tal fue la habilidad de Kirchner, que decidió, ya imbuido en la investidura presidencial, reunirse en primera instancia con el líder de la CGT rebelde.
Moyano conocía a Kirchner a través de la esposa del ex gobernador, la senadora Cristina Fernández. La legisladora había sido un apoyo clave para los disidentes en la lucha contra las leyes de flexibilización laboral impulsadas por Erman González durante la presidencia de Menem, y luego en la gestión de la Alianza, cuando dijo a los dirigentes de la central rebelde que jamás “votaría una ley en contra de los trabajadores”. Moyano le organizó entonces una cena en la sede de la seccional Buenos Aires del sindicato de Camioneros con más de cien delegados sentados en una mesa, escuchando a Fernández despotricar contra el modelo neoliberal. Recalde, a su vez, había sido uno de sus asesores externos en materia de derecho laboral, en el Senado. Cristina devolvió el gesto de la cena llevando a Moyano y a Palacios a la inauguración del aeropuerto de El Calafate.
“Kirchner rápidamente conseguirá que la sociedad se encolumne detrás de él en la medida en que produzcan hechos que la favorezcan. Y desde ya, tiene que hacer hincapié en un discurso para el futuro y terminar con el pasado”, fue el diagnóstico del camionero los últimos días de mayo de 2003 en un artículo de La Nación.
“Cuando asumió, nos reunimos y me dijo que quería recuperar la iniciativa nacional y terminar con la depredación de la industria”, recuerda el camionero.
En ese momento, ¿le creyó? “Bueno, en alguien teníamos que creer. Nunca creímos en el modelo neoliberal. Cuando él planteó algo diferente, lo escuchamos.
Después lo puso en marcha, nadie puede negarlo. Nosotros no sabíamos qué había que hacer, pero sabíamos que así no se podía seguir. Veníamos diciendo desde el gobierno de la Alianza que había que devaluar”.
Los Gordos, por haber apoyado hasta el final al ex presidente Menem en las elecciones, se acercaron con cola de paja. Kirchner recibió los primeros días de junio a Moyano y a Cavalieri por separado y les pidió conformar la unidad.
Previamente, el gesto había sido para Víctor De Gennaro, quien fue el primero en visitar al presidente en representación de la progresista CTA. Ese fue el comienzo de un idilio corto, marcado por la traición del patagónico a los dirigentes que más respeto intelectual le merecían. Desde un principio, Kirchner le aseguró al “Tano” De Gennaro que concedería la personería gremial a la CTA, pero los hechos le demostraron al pingüino que el poder estaba en otro lado, en los camiones y los colectivos, y no en los bullangueros estatales y docentes nucleados en la central alterna.
“La única verdad es la realidad.” (...) Un amigo menos Un día después de asumir, Kirchner le pidió la renuncia al secretario de Transporte, López del Punta. Entre el 27 y el 28 de mayo, empresarios y gremios de Transporte protagonizaron un raid de reuniones para encontrar la forma de presionar al nuevo gobierno en pos de sostener al funcionario. Incluso publicaron una solicitada en los diarios para pedir su continuidad.
El kirchnerismo aflojó por unos instantes y dio una tregua viciada al técnico: —Vos hacete cargo de la parte técnica, pero la parte económica de la Secretaría la manejamos nosotros.
López del Punta decidió irse. Moyano se cansó de llamar al flamante presidente para que recuperara a su estimado secretario.
Un hombre de extrema confianza del santacruceño, Ricardo Jaime, llegó a la Secretaría de Transporte como sapo de otro pozo. La bronca de los gremios y técnicos era tal que ni siquiera pudo ocupar su propia oficina. Cuando intentó entrar, le habían cambiado la cerradura.
Cerrajero y seguridad de por medio, el cordobés delegado de Kirchner fue entrando en terreno poco a poco, y haciendo migas con los empresarios, subsidios millonarios de por medio. Moyano optó por arrimar a López del Punta como asesor de Camioneros.
Al mes de gobierno, Tomada ya había recibido dos veces al sindicalista y su comitiva habitual, mientras que Kirchner todavía no se reunía oficialmente con el jefe formal de la CGT, Rodolfo Daer que, junto con los Gordos, había caído en desgracia tras la derrota de Menem en las elecciones. Daer ya planeaba su retiro del poder para ocupar un cargo en la OIT, que nunca llegó, y Kirchner no lo recibió hasta diciembre.
Una de las primeras medidas kirchneristas en materia gremial fue intentar habilitar por decreto la transferencia automática de fondos provenientes de los aportes salariales al sistema de salud, cuando el plazo de mora fuera mayor a los noventa días. El proyecto era impulsado por el ministro de Salud, Ginés González García, otro funcio-nario heredado de Duhalde, y que sí tenía una relación estrecha con los Gordos, y por la Superintendencia de Servicios de Salud, a cargo de Rubén Torres. Ambas centrales reaccionaron con una extensa carta solicitando al presidente frenar ese decreto y dispo-ner que el dinero de los trabajadores ingresara directamente a las obras sociales, sin pasar por la AFIP.
Kirchner compensó con un escueto aumento del salario mínimo, vital y móvil, y la incorporación a los salarios básicos de un incremento no remunerativo de cincuenta pesos dispuesto por su antecesor, mientras le gritaba desde el atril de un acto al Fondo Monetario Internacional que las “presiones” sehabían acabado para el país. La gran ilusión arribó en enero de 2004, cuando el gobierno oficializó que tenía en los cajones un borrador de proyecto de ley para reemplazar la reforma laboral.
Una sociedad no tan perfecta Aunque la CGT rebelde y la CTA pedían limitar el período de prueba a treinta días, la propuesta oficial fue que volviera a ser de noventa días. La nueva ley establecía indemnizaciones calculadas con un sueldo por año de antigüedad, y restablecía la vigencia de la ultraactividad.
Una vez que Kirchner derogó el Decreto 1.772, creado por Carlos Menem en 1991 para “la libre navegación de los mares argentinos por buques que enarbolaran la bandera de conveniencia”, el camionero, por primera vez en su vida, organizó una movilización a Plaza de Mayo en agradecimiento a un gobierno. Las relaciones estaban cada día mejor.
El nuevo escenario sindical exhibía de un lado a los Gordos con la derrota a cuestas, y a Luis Barrionuevo exiliado por primera vez del poder luego de los desmadres y la quema de urnas protagonizados por sus seguidores en Catamarca, que frustraron la elección de gobernador de marzo de 2003.
Luisito completó su coma político un mes después, cuando sus simpatizantes recibieron en la provincia a la entonces primera dama, Cristina Fernández, a puro huevazo. A partir de ese momento, los Kirchner se ocuparon de rasquetear todas las costras de poder de Barrionuevo, entre ellas una de las más protegidas: el PAMI. En julio, el pingüino ordenó la intervención de la obra social de los jubilados y el desplazamiento de los directores sindicalistas Reynaldo Hermoso y Domingo Petrecca, puestos allí por Bandeja. En la misma movida, estuvieron a punto de lograr la expulsión del propio Ba-rrionuevo del Senado.
En cambio, Moyano y De Gennaro compartían el privilegio de la sintonía con el presidente. Con el territorio despejado de rivales y el acompaña-miento de algunas medidas del gobierno, Moyano comenzó a acercarse cada vez más al ministro de Planificación, Julio De Vido, quien se había hecho cargo de las relaciones con los gremios por lo bajo, mientras Tomada se manejaba en la superficie.
“De Vido es un tipo que operó muy bien políticamente. Es un hombre que entiende los sindicatos, sin ninguna duda. El se basó en el tema sindical y gracias a eso tuvimos participación”, resume el “Bocha” Palacios su visión del superministro. Con un tono menos diplomá tico pero más gráfico, Oscar Lescano coincide en que el funcionario fue el primero que entendió que el gobierno sólo saldría adelante con los sindicatos de su lado.
“El mismo De Vido me lo dijo: ‘A nosotros nos interesan cuatro o cinco gremios, los demás no. Entre ellos estás vos, Luz y Fuerza, el de gas, los camioneros, los colectiveros, La Fra-ternidad, los del transporte. Los demás nos importan un pito. No nos asustan’”, cuenta el jefe de Luz y Fuerza. Lescano se saca el sombrero para hablar de los buenos oficios de De Vido en el misterioso mundo de los sindicalistas. “Es el tipo que mejor sabe hacer política y lo enganchó al Negro.
(?) “A través de De Vido, Moyano y Ricardo Jaime empezaron a reunirse. Al principio, Hugo no estaba de acuerdo con Jaime por que no lo conocía. Venía de Córdoba, relacionado con la gobernación de De la Sota. Pero bueno, empezaron a soportarlo.
Para Moyano, Jaime es ‘el peor secretario de Transporte que conoció’.
Jaime no es un político, no maneja nada, no tiene capacidad para manejar a los gremios, lo que sí tiene De Vido. Pero Jaime es un buen empleado de Kirchner y por eso le sirve: no es desleal, no abre la boca y es muy cerrado”, cuenta un ex funcionario de la Secretaría de Transporte. El secretario tiene, además, decenas de denuncias ante la Justicia y causas iniciadas en su contra por los manejos más que desprolijos –lo acusan directamente de corrupción– en el otorgamiento de subsidios y control a las empresas.
Ante extraños, Moyano evita pronunciarse sobre la gestión de Jaime, pero frente a sus íntimos repite en forma constante que no hubo peor funcionario que él en el sector.
La relación entre ambos tuvo un antes y un después de la audiencia por las renegociaciones del servicio del ferrocarril de cargas, área adjudicada a cinco empresas en distintos puntos del país. Moyano nombró a López del Punta como apoderado de Camioneros para representarlo en la audiencia pública en 2006. A través de su aliado, el camionero logró frenar la renegociación propuesta por Jaime, que incluía un festín de subsidios del Estado para las empresas ferroviarias, varias de ellas de capital extranjero.
(...) El vínculo de De Vido con Moyano es finamente estratégico.
—Es el único que me va a proteger de Alberto Fernández –se lo escuchaba decir al Negro en reuniones chicas.
Moyano muchas veces pidió a Kirchner la renuncia de Jaime. El pingüino lo palmeaba y le contestaba: —Lo necesito, Negro. Tené paciencia, esperá. Pero la espera se hace eterna.
“La relación de Moyano con Jaime nunca fue buena. Lo que pasa es que la relación de Jaime no es buena con nadie.
Nunca fue de su agrado, pero como lo había puesto el gobierno, no le quedaba otra”, confirma un dirigente sindical del transporte. “Kirchner le dijo que lo iba a sacar, pero miente”, se queja el gremialista.
“El reclamo de Moyano es que la Secretaría de Transporte no tiene políticas. El subsidio debe ser una excepción, pero Jaime lo transformó en una regla. Por supuesto, con el apoyo de Kirchner. Pero nunca aplicó políticas ferroviarias, ni de transporte marítimo, ni aéreo ni automotor.
Y no es porque los subsecretarios no tuvie-ran políticas, sino por que Jaime no les permitía mover un dedo.
Moyano siempre le decía que había que generar políticas para salir del subsidio, y no que el subsidio sea una fuente permanente de aporte al sector privado”, aclara el dirigente.
“En vísperas de la asunción de Cristina, en una reunión con otros dirigentes, le preguntamos a Moyano qué iba a pasar con los subsecretarios de Transporte.
Nos contestó: ‘Le puse y le sostuve un ministro –por De Vido–. Mirá si no voy a poder sostener un subsecretario’.
De Vido fue, de hecho, ratificado entre octubre y noviembre de 2007, pero yo en diciembre me tuve que ir. Se ve que tiene más poder para sostener a un ministro que a un subsecretario”, ironiza Cirielli.
Quedó entonces claro que Jaime tenía el respaldo de Kirchner para ganarle ciertas peleas al camionero, y la ida del subsecretario fue una prueba: Jaime quería afuera al aeronáutico debido a desencuentros en torno de Aerolíneas Argentinas, y otros de tipo personal.
No se soportaban y la gota que colmó el vaso fue una denuncia que, todavía en el cargo, le valió a Cirielli el mote de “primer arrepentido” de la era K.
El sindicalista y funcionario le imputó a Jaime presuntos pedidos de coimas a empresarios realizados por un colaborador del secretario, Hilario Lagos. A esa denuncia le siguieron varias más, centradas en el manejo irregular de Jaime en la aprobación de los balances de Aerolíneas Argentinas, que Cirielli durante su gestión objetó una y otra vez.
En 2006 Moyano recibió un llamado desesperado de su asesor y amigo López del Punta, quien luego de haber sido expulsado de la Secretaría de Transporte dedica gran parte de su tiempo a denunciar a Jaime por el manejo de los subsidios.
—No doy más, Hugo. Me están jodiendo demasiado. Me siguen, tengo tipos en la esquina de mi casa espiándome, tengo hijos chicos? Moyano le pidió que fuera a verlo a su casa en Barracas.
Cuando llegó, López del Punta se quebró.
—No puedo más con las amenazas.
Hugo lo contuvo. Le contó el episodio de la droga en 1989.
—Escuchame, flaco, estos tipos son mala gente. Voy a hablar. Dejámelo a mí.
Pasó menos de una semana y las amenazas cesaron y los autos sospechosos se esfumaron de las esquinas.

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