Walter Brown Jefe de Redacción wbrown@cronista.com
Basta consultar la historia reciente de la política argentina para entender las razones de la movida ultrakirchnerista que instaló el tema de la re-reelección en la agenda.
Desde que Carlos Menem y Raúl Alfonsín pactaron en Olivos la vía libre a un segundo período, no hubo mandato a nivel nacional, provincial, municipal, gremial o dirigencial cuyo epílogo estuviera exento de acciones tendientes a modificar los plazos de su extensión, una jugada que ya tenía antecedentes en diferentes estamentos.
En todos los casos, el factor en común que las impulsó fue la pérdida de poder político que deriva del tránsito de un gobernante o dirigente por el tiempo de la sucesión. Ya sea en el inicio de esa cuenta regresiva, como el caso de la presidenta Cristina Kirchner, o en el final, como el de Hugo Moyano al frente de la CGT. Abrir la posibilidad a un nuevo mandato busca obturar las fugas de poder real y evitar que emerjan nuevos referentes, en el primer caso desde el amplio espectro del peronismo y, en el segundo, desde filas más cercanas al cristinismo puro. Aunque para ello haya que reformar la Constitución reformada o desafiar al antiguo socio con el que se construyó el enorme espacio que hoy ninguno está dispuesto a resignar.
