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24/03/2012 Perfil - Nota - Política - Pág. 16

Simpatía por el demonio

Desde opositores jaqueados hasta ex leales críticos del Gobierno aspiran al perdón, aunque sea telefónico. Las cuentas de Moreno y de Aerolíneas.

Abundan las observaciones sobre la personalidad de Cristina de Kirchner, como si fuera un exponente nuevo de la política y, además, una estrella debutante en el plantel artístico.
Ejercicios interpretativos que aumentaron luego de la operación de tiroides y el falso positivo. Como un reguero, en cualquier foro se expone sobre el aislamiento presidencial, cierta propensión al encierro, la exclusiva interlocución con dóciles y mudos adictos, el silencio premeditado como forma de superioridad, los ritos discrecionales, la radicalización del discurso, y hasta una arrogancia exacerbada sobre logros de su gestión, algunos concretos y otros presuntos.
Nadie se atreve, sin embargo, a señalar que esa delatada conducta ha provocado la aparición de un doble rol, geminiano y contradictorio, en un sector dominante de la sociedad: el mismo que la objeta, critica o flagela, al tiempo que le pide o ruega que Ella lo reciba, convoque, lo participe o converse.
Como si se necesitara de su voz, rezongo o caricia, expresando una necesidad para ser mas tutelados que escuchados.
Peculiar, sin duda, el efecto que produce esa deliberada táctica cristinista sobre empresarios, sindicalistas, sacerdotes, uniformados, periodistas, políticos –inclusive de su propia religión– que reclaman un minuto de atención o la gracia de un gesto para confirmar lo que está implícito en la actitud de la dama: el concepto de la jefatura.
De Macri a YPF, de la UIA a Binner, de gobernadores a la Sociedad Rural, de la Iglesia a Moyano, de ADEBA a los embajadores –por citar algunos– reclaman una audiencia, el favor del diálogo, cuando menos una foto. Inútil esfuerzo: el teléfono no contesta. Por otra parte, quienes antes visitaban la alfombra roja, hoy ya no disponen de ese acceso privilegiado: cortó las relaciones. Hoy, la lista de ausentes a Olivos o a la Casa Rosada es interminable.
De ahí que sea pan cotidiano el trasiego sobre el trato o destrato al elenco oficial, de ese mínimo de elegidos y preferidos del club que, a menudo, soportan un zarpazo: si no te gusta, renunciá.
Palabras no habituales debido a que ninguno o pocos se atreven a conjeturar o disentir, pero que brotan cuando Ella registra un mohín al negar un permiso o una facilidad. Mando adentro, entonces. Y afuera, ante la escasez de voluntarios, espontáneos o profesionales opositores, se reproduce el caso del millonario que impone el poder del dinero sobre el pobre mendicante, restándole voluntad.
Aunque en este caso, singularmente, la mujer se sirve de una consagración más volátil que la plata para explicar su supremacía: un 54% de votos.
Con esa cantidad basta, aunque sea pasajero, para entronizar un Luis XIV con faldas, como nunca hubo, o el slogan "el Estado soy yo".
Tamaño poder, semejante distancia entre el primero y los que se creen dos o tres, cuando en rigor son números 45 o 78 en la hilera de clasificación, genera –por la falta de límites– aciertos y desatinos.
Más advertidos cuando, desde la cúpula, se incentiva el movi- miento perpetuo, la revolución permanente como simple y poco entendida metáfora trotskysta.
No cesa, entonces, la ofensiva contra sus enemigos declarados. Mauricio Macri, quien logró empastar el traslado de subtes y colectivos por unos meses y a pesar de la ley, se apresta a sortear otra carga: lo acechan con la prohibición de que entre jurisdicciones no pueden trasladarse ni depositar residuos, con lo cual la Capital ya no podría llevar esos elementos a la provincia de Buenos Aires. Si no sabe el jefe de gobierno hoy qué hacer con el transporte urbano o ferroviario, es de imaginar su dificultad cuando le dejen la basura en la calle. Su réplica: me gustaría que la Presidenta me recibiera.
A Hugo Moyano también lo jaquean: quedó apartado de la cuantiosa distribución de fondos por enfermedades de alta complejidad (colocaron a una cristinista en ese instituto, ni siquiera habilitaron a un rival del camionero) y ella le acaba de recordar la corrupción sindical con los medicamentos, pendiente en la Justicia. Mientras alientan su remoción, él le reclama a Cristina que lo llame.
Un caso patológico. Otro del negro listado, Daniel Scioli, ingresó de nuevo al lijado constante: debe pagar cuentas con patacones inventados –seguramente porque hay fondos que no le transfieren–, pero esos detalles no le mellan su devoción por Cristina.
Al menos, en público. A otro paquete de gobernadores, ascendentes o expectantes, también los cercan con la misma soga que maniatan a Scioli.
Todos piden, sin embargo, verla a Cristina. Perpetran un fenómeno de llamativa dependencia. En esos operativos descabezadores interviene la armada camporista, en vías de pertrecharse para los próximos tres años, aunque no son bendecidos por la buena suerte: gestiones tambaleantes como las deAerolíneas Argentinas, empresa en la que no duró ni un suspiro, en apariencia, el presupuesto que preparó el viceministro Axel Kiciloff, demuestran que no sólo consumen fondos sin demasiadas explicaciones, sino que hasta se niegan a flexibles auditorías como las del compañero Gustavo Marconato, a quien le negaron la posibilidad de asumir por intentar esa tarea. Había cometido un error en el inicio: anticipó que "los pibes se han otorgado salarios demasiado altos".
Le queda, igual, la determinación a ella sobre Marconato. Demasiados pesos para una sola mujer, forzada al frágil análisis y a las medidas fulminantes como estilo de vida.
De ahí el zigzageo, el desconcierto sobre Repsol YPF o la evidencia de que, si bien Guillermo Moreno cosechó más dólares por cerrar las importaciones, esa amputación produjo –entre otras consecuencias graves– una caída en la recaudación.
Era tan obvio que no lo vieron.
O no se lo quisieron decir. Como ocurrió con la devastadora crisis energética.
A pesar de esos tropiezos, la protección exagerada de personajes como Amado Boudou o el hobby de arrebatarse contra buena parte del periodismo, ella no para.
Y, en el año del revival de Malvinas, del filón nacionalista, acude a reformar el Código Civil y el Penal, no en vano se siente Napoleón.
Por si alguien pensaba que la señora pierde el tiempo en mirar carteras, ropa o pintura para los ojos. Esos, en todo caso, eran otros tiempos, cuando no podía suponerse que la suma del poder exigiría tanta dedicación, sea para gozarlo o padecerlo, pero siempre lejos de aquellos otros holgazanes, inmóviles, que piensan en que un día ella les atenderá el teléfono.


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