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05/05/2012 Perfil - Nota - Ideas - Pág. 32

El show deprimente de la Argentina

La única cosa peor que una mala película es una mala película que ya hemos visto. Al nacionalizar la gigante petrolera YPF, Argentina nos ha contado un cuento de nacionalismo económico de un tipo que el mundo ya conoce demasiado bien. Ya hemos visto este show antes, y termina mal.
Comienza con la predecible reacción alterada de los hombres de negocios y los políticos conservadores. Tras esta expropiación, insisten, nadie invertirá nunca más en la Argentina. Eso es falso, tanto como los reclamos anteriores de que nadie más prestaría dinero al país tras su enésimo default, que resultó no ser tal. Como nos recuerda P.T. Barnum, nace un tonto por minuto; y un tonto que será sacado del apuro por su gobierno si presta de más seguramente nace casi con la misma frecuencia.
Lo que está en juego cada vez que los gobiernos argentinos hacen un despliegue populista de este tipo no es el destino de los inversores extranjeros, sino el de los propios ciudadanos del país. El populismo y el nacionalismo económico han empobrecido a los argentinos al menos desde 1940. Esta vez no será diferente.
Hoy, se dice que Argentina posee la tercer reserva de gas no convencional del mundo, en la sugestivamente bautizada zona de Vaca Muerta. El gobierno argentino no tiene ni el dinero ni la tecnología para explotar estos vastos recursos. El país podría elegir seguir el camino boliviano: echar a las compañías extranjeras y luego no poder extraer el gas. De otra manera, tendría que encontrar socios, lo más probable, de afuera.
Así que la cuestión no es si los argentinos irán por su cuenta orgullosamente, sino qué tipo de socios tendrán.
Argentina acaba de expulsar a una compañía cuyo capital provino mayoritariamente de un país democrático, España. Con todas sus fallas –nunca han sido modelos en innovación o management vanguardista–, YPF y su compañía madre, Repsol, al menos estaban unidas por las escrituras requeridas para hacer negocios en las Bolsas de negocios de los países desarrollados.
Si los reportes de la prensa son correctos, el próximo socio de YPF bien podría venir de China. Y los antecedentes de las compañías chinas en Africa, donde se han metido a participar en todo tipo de control de los recursos naturales con poca consideración sobre las bondades de la transparencia y la contabilidad moderna, sin contar el cuidado del medio ambiente, los derechos humanos y las libertades democráticas, no son exactamente esperanzadores.
Si se tienen en cuenta todas las indicaciones recientes, la nueva YPF distará bastante de ser una compañía modelo.
Reconociendo que muchos países europeos y asiáticos tienen empresas estatales exitosas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ha desarrollado un código de buenas prácticas. La OCDE recomienda que las empresas estén a una distancia prudente de los intereses políticos de corto plazo, nombrando directorios independientes, haciendo hincapié en la transparencia, monitoreando conflictos de intereses y contratando gerentes profesionales.
En Argentina, por el contrario, un ministro del Gobierno, cuyo background profesional es en teoría académico, ha sido nombrado para dirigir YPF. La calidad de ese gerenciamiento puede ser tan eficiente como en la recientemente renacionalizada Aerolíneas Argentinas, cuyos aviones vetustos, azafatas malhumoradas y partidas eternamente retrasadas la han puesto en el ojo de las burlas internacionales. El postulado de que YPF podría ser la punta de lanza para la próxima dinastía Kirchner sería risible si no fuera tan real. La familia Kirchner parece estar trabajando arduamente en probar aquel postulado marxista acerca de que la historia que se repite a sí misma, “la primera vez es una tragedia, la segunda una farsa”. En realidad, la administración Kirchner le debe más a Groucho, Chico y Harpo que a Karl.
Qué triste para la Argentina.

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