Las aerolíneas compiten por atraer con lujo y tecnología a los pasajeros de una nueva elite globalizada.
El sueño de la suite propia. Una especie de camarote para uno, en Emirates.
La carta de vinos es impresionante, desde el champagne Dom Perignon 2003 (en la business deben contentarse con un Veuve Clicquot del 2005) hasta el oporto de 22 años que tan bien se lleva con los quesos del postre, pasando por tintos y blancos acordes. Los amenities del neceser son de Bulgari y las flores de cada florero son orquídeas frescas.
Sin embargo, lo que mejor define las armas con que la aerolínea Emirates pelea por atraer a los pasajeros ricos del mundo a la primera clase de sus aviones son las suites. Como en los camarotes de los clásicos trenes de lujo, allí se puede dormir en una cama pijama de firma incluido mientras se cruza el mundo. O mirar películas en el plasma de 23 pulgadas, sin dejar de hidratarse con las Perrier del minibar. Todo eso sucede, por ejemplo, en los Boeing 777-300 que unen Buenos Aires con Rio de Janeiro y Dubai.
Las primeras clases no son nuevas, pero los niveles de suntuosidad y tecnología con los que ahora compiten han saltado de escala. En los años 90, British Airways introdujo los primeros asientos que se reclinaban 180 grados. Ahora Lufthansa tiene flamantes asientos desdoblados (un lugar para estar sentado y otro al lado para dormir).
Una buena gastronomía se daba por sentada en la primera, pero últimamente tiene que llevar firma: Air France contrató a Joël Robuchon, que en su carrera acumula 27 estrellas Michelin, y a Guy Martin, de Le Grand Véfour y Jacques Le Divellec del restaurante parisino del mismo nombre. Singapore firmó con Gordon Ramsay, el del programa de TV Hell´s Kitchen.
En los últimos años, la nueva generación de aerolíneas globalizadas de medio oriente y Asia han sido las más agresivas en su oferta de lujos. Emirates introdujo las suites en el 2003. Singapore retrucó con camarotes de dos plazas. Emirates redobló la apuesta poniendo duchas en la primera clase de sus A380 (aviones de gran porte que no llegan a Buenos Aires) y aún no ha sido imitado.
El objeto de todos esos desvelos son además de los clásicos CEO de multinacionales y celebridades los viajeros emergentes de la economía globalizada, que viajan largas horas y tienen dinero para pagar. Si Paris, Berlín y Londres solían ser la referencia de la primera clase, ahora hay que mirar a Shanghai, Dubai y Hong Kong.
Aunque los sitios de la primera clase no pasen de diez, las aerolíneas confían en que la imagen de lujo que proyectan atraerá pasajeros a todo el resto del avión.
"¿Después de los asientos cama qué?", se preguntaba hace poco un informe del IATA sobre Tráfico Premium. Una de las respuestas viene de la mano de la tecnología: enviar y recibir mails por la pantalla del entretenimiento, usando un teclado que viene con el control remoto, es posible en los vuelos de Emirates a razon de un dólar por mensaje emitido o recibido. Para hablar por teléfono, hay un aparato en cada asiento.
Con rostro humano La personalización de los servicios es otra arma de seducción que las compañías han pulido al máximo.
Los pasajeros son llevados hasta el avión en limousinas o escoltados para ahorrarles las colas. En Air France, un empleado de la compañía presenta al pasajero de la première a cada uno de los tripulantes. En Emirates, la tripulación de la primera siempre se dirige al pasajero por su nombre.
Mientras esas atenciones crecían, el ahorro de todo, desde espacio para piernas hasta comida, ha sido últimamente la norma en la mayor parte de cabinas económicas (una carrera que empezó, según un experto, el día de 1987 en el que American descubrió cuánto se ahorraba por año quitando una sola aceituna de cada ración y que no da señales de detenerse). La brecha de clases crece en los aviones.
Desde el punto de vista de la rentabilidad, todo tiene su razón de ser: entre la primera clase y una business que también se perfecciona suman sólo el 20 % de todos los asientos de larga distancia, pero explican entre el 40% y el 50% de la facturación de las aerolíneas, dicen los expertos. Un pasaje en primera clase, por regla general, cuesta diez veces más que el ticket de clase económica y el doble que uno de clase ejecutiva.