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20/04/2014 - La Nación - Nota

Economía - Pag. 6

Aprendizajes demasiado costosos

Al margen de la semana

Por Néstor O. Scibona | LA NACION

La presencia de Axel Kicillof en Washington, para participar de la última asamblea del Fondo Monetario Internacional, estuvo signada por el doble discurso que es sello del gobierno de Cristina Kirchner. Mientras el ministro de Economía se dedicaba discretamente a remover obstáculos en la cambiante relación con el FMI, el jefe de Gabinete rechazaba en Buenos Aires el carácter "ideológico" del informe anual del organismo, que compara el rumbo económico de la Argentina con el de Venezuela.

Es tan cierto que el FMI no se ha destacado por el acierto de sus pronósticos ni recomendaciones a muchos países, como que siempre ha cuestionado las políticas populistas e intervencionistas. Sin embargo, hoy en el mundo no se discute tanto el sesgo ideológico cuanto el grado de racionalidad, calidad y sustentabilidad en el tiempo de las políticas económicas. La Argentina ha venido retrocediendo en todos esos atributos desde 2007. Prácticamente desde que el kirchnerismo decidió "vivir con lo nuestro" y aislarse del mundo financiero, al que ahora busca volver por necesidad y urgencia.

Para el gobierno de CFK puede resultar vergonzante gestionar que el Fondo vuelva a verificar las cuentas nacionales (por el famoso artículo IV), que vino escondiendo desde que Néstor Kirchner decidió cancelar en un solo pago cash, de casi 10.000 millones de dólares, la deuda argentina con el organismo. Sin embargo, como la necesidad tiene cara de hereje, ahora ese paso parece ineludible para refinanciar la deuda en default desde hace 12 años con el Club de París, por un monto similar, para tratar de reabrir el financiamiento de esos países desarrollados.

Como si fuera una confesión de parte, Kicillof explicó los nuevos cálculos para sincerar la inflación y del PBI, que el gobierno kirchnerista vino adulterando durante siete años mientras perseguía a los consultores privados que mostraban números similares a los que ahora presenta oficialmente. Aquí no se trata de una cuestión ideológica sino política: en Venezuela, el propio Banco Central admite una inflación de 57,3% anual y nunca la ocultó con Hugo Chávez. El gobierno de CFK, que mantiene la misma conducción del Indec, nunca explicó cómo con un cambio metodológico la inflación pasó de un promedio de 0,8% mensual en 2013 a 3,5% en el primer bimestre de 2014. Ni tampoco por qué dejó de difundir el costo de las canastas básicas para medir la pobreza y la indigencia. Otro tanto ocurre con la evolución del PBI, que sólo en 2013 tuvo una poda oficial de casi 2 puntos y pone en duda la magnitud del crecimiento a "tasas chinas" de años anteriores.

Si este tardío sinceramiento tiene un costo político que el Gobierno busca amortiguar con declaraciones para desviar la atención, mayor ha sido el costo económico para todos los argentinos: durante estos años, la Argentina quedó al margen de los flujos externos de crédito a costos casi regalados. A cambio, debió financiar el imparable aumento del gasto público, de los subsidios indiscriminados a la energía y el transporte y la inversión en infraestructura con una presión tributaria récord. Cuando estos ingresos no alcanzaron, la "caja" pasó a ser el Banco Central, con el uso de reservas para los pagos externos de deuda pública, que deterioró la balanza de pagos y la creciente emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, que realimentó la inflación y la desconfianza en la política económica. El efecto fue una fuga récord de capitales de 80.000 millones de dólares y que desde 2011 las reservas del BCRA cayeran casi a la mitad, pese a los controles cambiarios y al freno a las importaciones cuando el superávit energético se transformó en déficit. A su vez, el atraso cambiario de 2010/2012 para mejorar los salarios en dólares y el consumo desalentó el crecimiento de las exportaciones, mientras el auge de viajes al exterior transformaba en déficit el superávit del sector turístico.

En este deterioro económico tuvo mucho que ver el enfoque ideológico, aunque no en el sentido apuntado por Capitanich. Hace menos de tres años, cuando Kicillof era subgerente de Aerolíneas Argentinas, disertó en las Jornadas Monetarias del BCRA y sorprendió a buena parte del auditorio al sostener que la suba del gasto público, la sobreemisión monetaria y los aumentos de salarios no son causantes de la inflación, sino que esa idea surgió de las teorías ortodoxas y monetaristas impuestas en la Argentina por la dictadura militar. También aseguró que el BCRA "no puede ser independiente, aunque quiera", y que "fue instrumento del ajuste y no del crecimiento".

No es difícil suponer que estas ideas deben haber influido en la decisión de CFK cuando en 2012 reformó la Carta Orgánica del BCRA para convalidar el uso de reservas y ampliar fuertemente los límites de emisión monetaria para financiar el gasto público. Tampoco que el actual ministro de Economía quiera morderse la lengua si ahora releyera aquella exposición.

Más incómodo debe sentirse Julio De Vido, quien va a sumar once años al frente del Ministerio de Planificación y no puede argumentar que se encuentre en un período de aprendizaje. Especialmente en el área energética, donde hace dos debió cederle la posta al propio Kicillof. Uno y otro comparten la misma limitación política: no deben hablar del ingreso del Grupo Eskenazi a YPF, propiciado por el matrimonio Kirchner en 2008, cuando le autorizó la compra de 25% del capital accionario a Repsol con préstamos a saldar con las propias utilidades de la petrolera y que se restaron de los planes de inversión. Este fue el argumento que en 2012 utilizó el gobierno de CFK para expropiarle a la petrolera española la mayoría accionaria en YPF y que recién este año pudo ser resuelta con el acuerdo extrajudicial para el pago de 5000/6000 millones de dólares de indemnización, a punto de ser aprobado por la mayoría oficialista en el Congreso con la misma velocidad que la reestatización.

Ahora Kicillof argumenta que la reactivación de YPF permitió el ahorro de 1200 millones de dólares en importaciones de gas natural. Pero omite que estas compras externas, junto con las de combustibles, sumaron 12.000 millones en 2013 y que la producción total de hidrocarburos sigue en baja desde hace 11 años.

En todo caso, también aquí el aprendizaje se endosa a los argentinos que pagan por las naftas y el gasoil precios en dólares superiores a los de la convertibilidad y que en los próximos seis meses deberán afrontar subas de las tarifas de gas de hasta 500% por la quita de subsidios. Que, a pesar de esos ajustes tras 12 años de congelamiento, apenas permiten ahorrar menos de un 10% en el costo de los subsidios al gas.

El economista y periodista Enrique Szewach suele afirmar que el populismo para fomentar el consumo sin un fuerte crecimiento de la inversión privada es una "enfermedad por acumulación", como el tabaquismo o el alcoholismo. O sea que sólo con el correr del tiempo se perciben sus consecuencias. Esto es lo que está ocurriendo ahora con el modelo K, con otro costoso aprendizaje para buena parte de la sociedad, que creyó que el crecimiento a tasas chinas con alta inflación, suba del gasto público y de salarios reales podría ser eterno.


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