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12/08/2014 - Clarin.com - Nota

El desorden no viene de afuera, está adentro

El kirchnerismo tiene una costumbre, conocida y desgastada por el uso: poner afuera problemas que son de la cocina propia o minimizarlos con el argumento de que si acá existen también los hay en otros lugares.

Algo parecido a eso hizo Cristina Kirchner la semana pasada, cuando sostuvo que las causas de las dificultades argentinas deben buscarse en el “contagio de la crisis en economías desarrolladas, porque no somos sólo los emergentes los que contagiamos”.

Pero si algo de lo que la Presidenta cuenta existe, no da para tanto. En Estados Unidos, la Reserva Federal proyecta un crecimiento cercano al 3% para este año; Alemania avanzaría un 1,8% y China, 7,4%.

Más cerca, Brasil anota un muy modesto 1% anual. Pero Perú, Uruguay, Chile y México cantan, en ese orden, tasas que van del 4,8 al 2,6%: aunque no luzca muy robusto, es crecimiento al fin.

En cambio, la economía argentina está en plena recesión : acumula tres trimestres consecutivos de caída, y once la actividad industrial. Venía a los tumbos antes del default y ahora las estimaciones privadas arrojan un bajón próximo al 3% en el año, que se estiraría a 2015.

El caso más resonante saltó en la industria automotriz, bajo la forma de paradas en las terminales, cierres prolongados y hasta indefinidos entre las autopartistas y suspensiones a un lado y al otro del sector.

Al principio, el Gobierno pretendió pasarle la cuenta al achicamiento del mercado brasileño, pero las propias cifras de Adefa, la entidad que agrupa a los fabricantes de automotores, revelan un cuadro bastante más complejo que la versión oficial. En los siete primeros meses del año, las exportaciones cayeron 25,6% y las ventas al mercado interno, nada menos que 34%. Resultado: si hay problema que vienen de afuera, los mayores anclan aquí adentro .

Y emergen también en números de la AFIP. Pese a la fuerte ayuda del proceso inflacionario, en julio la recaudación del IVA atado a la actividad económica arrojó un aumento del 29,3% y otro del 34,4% desde comienzos del año. Parecen cifras considerables, salvo que se las compare con índices de precios cercanos al 40% anual.

Es recesión lisa y llana .

Hay más sobre lo mismo y de la misma fuente: entre enero y julio, los ingresos fiscales provenientes del sistema previsional crecieron 24%, o sea, muy por detrás de los precios. Esta vez, se juntan la caída del salario real y la merma en los aportes personales y patronales originados por los problemas en el mercado laboral: todo pega directo en el consumo y de seguido sobre la economía.

Abogados que asesoran a empresas calculan que, a causa de la inflación, este año los sueldos pactados en paritarias perderán entre 7 y 10% y hasta 12% aquellos alcanzados por el Impuesto a las Ganancias. Y plantean, además, que alrededor del 90% de las empresas no está tomando personal , cosa que conocen de sobra quienes han quedado al margen de ese radar.

Seguramente preocupada por este panorama y así haya preferido hablar del “contagio de la crisis en economías desarrolladas”, la semana pasada Cristina Kirchner anunció un nuevo plan de subsidios, el Pro-Emplear, que se suma, entre otros, al Programa Ingreso Social con Trabajo, al Progresar y al de Capacitación Laboral.

Algunos de ellos orbitan en el área del Ministerio de Trabajo y otros en Desarrollo Social, lo cual implica en principio duplicación de funciones y deja en el aire algo si se quiere más apropiado: reunirlos en un solo lugar. Pero así van saliendo, de uno en uno, igual que otros parches aplicados por el Gobierno.

Junto a cada plan siempre aparece un paquete de fondos, aunque los números del gasto real no acompañan la magnitud de los anuncios.

Para el Progresar hay $ 3.000 millones presupuestados, de los cuales apenas se ha usado el 32% y un 34% sobre $ 1.100 millones en el de Capacitación Laboral; ambos manejados por Carlos Tomada. Un poco más activo luce el de Ingreso Social con Trabajo, de la ministra Alicia Kirchner: el 56% de una partida prevista en 5.500 millones de pesos.

Mientras tanto, como en la recesión de 2009, siguen acumulándose las suspensiones que reciben los beneficios de otro plan, el conocido como Programa de Recuperación Productiva, mejor llamado programa para empresas en situación de crisis. Alcanzan ya a 36.000 trabajadores y, obviamente, ahí no entran aquellos que están en negro y que seguro abultarían más esa cifra.

Pariente directo e inevitable del cuadro completo es el fuerte aumento de la conflictividad laboral. Según la consultora Tendencias Económicas, en los siete primeros meses las huelgas aumentaron un 47% respecto del mismo período del año pasado, muchas lideradas por comisiones internas que no responden a las cúpulas de los gremios y que expresan mejor las demandas de abajo.

Una caída de las ventas que en el comercio minorista llegó al 9,6% en julio, el repliegue del consumo y el parate económico explican que varios especialistas proyecten mayores apurones con el empleo y más ruidos hacia fin de año . Hoy mismo, algunas encuestas revelan que el 20% de los ocupados teme perder el trabajo.

Patria o Buitres y Cristina o Griesa pueden ser buenos eslogan de campaña, útiles para tomar aire cuando aire es lo que le falta al Gobierno. Solo que no sirven para resolveer ni postergar los apremios reales.

Otro tanto pasa con el afán de poner las culpas lejos de aquí. Siempre es útil mirar qué ocurre afuera, pero eso tampoco modifica lo que pasa adentro ni sirve para ocultarlo. De cosas semejantes se ocupan las políticas o, mejor dicho, las políticas que se anticipan a los problemas y los enfrentan integralmente, porque nunca vienen aislados .

Datos privados tomados de la Aduana cuentan que ni la recesión logró achicar la factura energética. En los primeros cinco meses, las importaciones de gas y combustibles escalaron a US$ 7.700 millones y van camino de cerrar el año en las orillas de US$ 14.000 millones, justo cuando si algo escasea son las divisas. Y los subsidios a la electricidad ya se proyectan hacia $ 139.740 millones, casi el doble que en 2013.

Son miles de millones de dólares y miles de millones de pesos, una montaña de plata enorme que es toda del mundo kirchnerista . No de un mundo que se ha ensañado con la Argentina.

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