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23/08/2014 - La Nación on line - Noticias

El arte de explicar el fracaso

Por Francisco Olivera

| LA NACION

Un concepto de Emmanuel Álvarez Agis, secretario de Política Económica, espantó anteayer a varios empresarios pyme. Habían sido convocados al Palacio de Hacienda por Axel Kicillof, que se excusó a último momento para seguir el desarrollo de la audiencia del juez Griesa en Nueva York. Estaban Osvaldo Rial, líder de la Unión Industrial bonaerense; Oscar Sánchez, de la Cámara de la Industria Plástica, y Pedro Reyna, de la Cámara de Fabricantes de Muebles, entre otros. Álvarez Agis pidió que cada uno contara cómo estaba el nivel de actividad en sus respectivos ámbitos y se llevó una sorpresa: la mayoría apuntó caídas considerables. El funcionario buscó entonces tranquilizar con un diagnóstico al paso: muchos consumidores, expuso, no han recibido aún el efecto de las paritarias. Ante hombres quejosos de sus costos salariales, tuvo el resultado opuesto.

Álvarez Agis parece tan consustanciado con las nociones académicas de Kicillof que Guillermo Moreno lo llamaba, en broma, el custodio. "De economía no entiende, así que debe de ser el custodio", explicaba. Sus evaluaciones, órdenes o inconsistencias son siempre, por lo tanto, las del ministro de Economía.

El Palacio de Hacienda prometió en ese encuentro un plan de financiamiento cuyos detalles no brindaron porque, explicaron allí, los hombres de negocios suelen contar estas infidencias a los periodistas. Se les encomendó entonces volver a una próxima reunión con los problemas de cada uno y las listas de precios finales. Débora Giorgi, ministra de Industria, contribuyó al desencuentro cuando hizo una consulta que casi nadie supo contestar: los precios promedio de cada sector. "¡Son millones de productos!", protestaron después en una cámara.

Por primera vez, todo el arco empresarial argentino llegó a una conclusión que abarca a grandes, chicos, extranjeros y nacionales: el Gobierno ha cometido demasiados errores y muestra desorientación sobre cómo resolverlos. El jueves, con el dólar rozando los 14 pesos, el dueño de una empresa nacional que respalda el modelo corregía las palabras de analistas: "Es que no se trata de incertidumbre, como dicen; todos sabemos lo que pasa: esto es un quilombo".

Lo único sobre lo que se cree tener certeza es sobre qué funcionarios acompañarán a la Presidenta hasta el final del mandato. El miércoles, en la Bolsa, el breve contacto que miembros del Grupo de los Seis tuvieron con ella alcanzó para entender la nueva configuración de influencias hasta 2015. Silencioso Florencio Randazzo, esporádico y medido en sus acotaciones Julio De Vido, la escena fue acaparada por Kicillof. "¿Cómo andás, estatista?", recibió el ministro a Cristiano Rattazzi. Aludía a una entrevista publicada en Infobae en la que el líder de FIAT advertía: "Augusto Costa es complicado, tiene una visión muy estatista de la economía". La charla transcurría en el despacho del anfitrión, Adelmo Gabbi, y la Presidenta estaba de muy buen humor. Y, aunque el Grupo de los Seis venía de emitir la noche anterior un duro comunicado contra el proyecto de ley de abastecimiento, nadie quiso tocar el tema. Por el contrario, Gabbi buscó distender con un tema familiar: contó que durante sus años como empleado de un estudio contable había conocido al abuelo de Kicillof, cliente de ese estudio y dueño de la metalúrgica Dobla Metal, instalada en Barracas. La anécdota no parecía dar para más, y Gabbi decidió cambiar de tema para adentrarse en asuntos históricos de la Bolsa, cuando la Presidenta interrumpió: "Pero Adelmo, seguinos contando del abuelo de Axel". Gabbi cumplió con el pedido, y agregó una broma: ya al nacer, dijo, Kicillof venía generando preocupaciones con la demora en el parto.

La fascinación presidencial por el ministro es una señal implacable: no habrá en adelante otro interlocutor con el poder. Tan exiguo hacia el final de los gobiernos, el círculo presidencial tendrá en Kicillof su protagonista estelar de aquí a diciembre de 2015. Un problema para hombres de negocios que se vienen ilusionando con que la realidad económica terminará dándole la razón en la pelea interna a Juan Carlos Fábrega, presidente del Banco Central, a quien muchos advierten ahora cansado y resignado.

El sueño de un triunfo de Fábrega sería válido en administraciones obsesionadas por resolver obstáculos de gestión económica. Pero el kirchnerismo ha decidido ubicar a lo que conoce como "la política" delante de aquello que desprecia, "la economía". De otro modo, un ministro que llegó al cargo con un 25% anual de inflación y no logra frenar su escalada por sobre el 35% no sería el hombre más importante del Gabinete. ¿Y cuánto duraría en el sector privado un gerente como De Vido, con los resultados que exhibe el jefe de Planificación?

He ahí el meollo de un diálogo de sordos. Cristina Kirchner y sus militantes creen estar cumpliendo el sueño de un cambio de paradigma, algo que supera cualquier resultado. Una revolución más cualitativa que cuantitativa, según la cual siempre prevalecerá la iniciativa política, y en la que tampoco prima compromiso alguno con la verdad. El miércoles, en la Bolsa, la Presidenta atribuyó la escasez de dólares a la pérdida del autoabastecimiento energético, algo que la Argentina empezó a sufrir en 2004 como consecuencia de una política aplicada por Néstor Kirchner. No era un concepto nuevo: Kicillof lo repite desde 2012, incluso ante De Vido, ejecutor del viejo plan.

Si los empresarios no entienden que, aun con pérdidas muy superiores al millón de dólares por día, la gestión en Aerolíneas Argentinas será considerada por la militancia un éxito sin precedente en el mundo, jamás entenderán al kirchnerismo. Buscar argumentos para contrarrestar estas epopeyas sería como darle al Quijote instrucciones sobre el uso del escudo y la lanza contra los molinos. "Ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí", contesta Alonso Quijano a la advertencia de Sancho Panza.

La recuperación de los conceptos de patria, buitres, enemigos externos e internos llevó anteayer, durante una pequeña reunión de dirigentes sindicales, a Hugo Moyano a dudar sobre la medida de fuerza que le proponía Luis Barrionuevo: paros crecientes, de entre 24 y 48 horas, entre fines de agosto y octubre. Lo que los gremios entienden como un verdadero plan de lucha. "No quiero que me acusen de desestabilizar", contestó el camionero, y aceptó sólo la protesta del 28 de este mes.

Ya que no en las soluciones, el kirchnerismo suele ser implacable en la búsqueda de explicaciones o de culpables. Una destreza que, en una cultura como la nuestra, le confiere inmunidad y permite que el factor capaz de opacar su estrella no sea jamás la política, sino, en todo caso, la realidad..

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