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04/05/2014 - Clarín - Nota

Zona - Pag. 38

Un cóctel pesado que ya tiene víctimas en todos los sectores

Devaluación con inflación

El brusco salto del dólar y de los precios ocurrido desde enero complicó la economía de miles de familias. El menú del año trae costos que vuelan, despidos e incertidumbre. Historias de todo el país.

Claudio Savoia

csavoia@clarin.com

La pendiente en la que desde 2012 descendía la economía argentina se convirtió en abismo tras la devaluación del peso –el dólar oficial saltó de 6,17 pesos en diciembre a los actuales 8 pesos, y el blue nunca bajó de 10– y la consiguiente acelaración de la inflación: el gobierno admite que en el primer trimestre pisó el 10%. Esta combinación, que los argentinos no vivían desde hace más de dos décadas, disparó una catarata de consecuencias que todavía llueven sobre la frágil economía de millones de familias.

Los boletos de colectivo aumentaron 66% en enero, y quienes usan su auto deben pagar la nafta un 32% más cara. También subieron los pasajes de tren, y comenzaron a desmantelarse los subsidios hogareños a las tarifas de agua y gas.

Es inminente el mismo recorte en las de electricidad. En muchos hogares la incertidumbre trocó en miedo, y se congelaron las compras y proyectos para el 2014. Los grandes comercios cancelaron los planes de pago en cuotas, los redujeron o aumentaron los requisitos para brindarlos. ¿El resultado? Las ventas de los negocios minoristas cayeron 7,2% sólo en marzo.

La caída del consumo ya afecta a la industria, que en el primer trimestre tuvo una caída de 3,1%. En la construcción las cosas no andan mejor, con una baja trimestral de 2,6% que en marzo llegó a 6%. Y hay números peores. La semana pasada, el INDEC negó las últimas cifras de pobreza, que a mediados del año pasado ubicaba en 4,7%.

Para la UCA, en cambio, 2013 cerró con un 27,5% de argentinos pobres.

Detrás de esos números hay personas. Historias de obreros, comerciantes, emprendedores, productores agropecuarios o cooperativistas sociales como las que presentamos hoy. Gente de trabajo, que se esforzó toda su vida. Y ahora no sabe cómo seguirá adelante.

Ni qué hay adelante para ellos.

“Me despidieron hace un mes, y en el diario no hay avisos. No hay trabajo”

“Por reestructuración, grave situación económico financiera y bajo índice de producción, no imputable a la firma que represento, declaramos la cesación de pago en cumplimiento de todas sus obligaciones. Asimismo debido a la apremiante situación económica por la que atraviesa nuestro país, que impide la prosecución de la relación laboral con su parte”.

Así, fría y con una redacción confusa, fue la notificación de su despido, que el operario metalúrgico Mario Martínez (27) recibió en su casa la tarde del pasado lunes 31 de marzo.

“Ese día había vuelto de vacaciones, fui a trabajar y nadie nos dijo nada. Cuando volví a mi casa, me empezaron a llegar mensajitos de los otros compañeros con la noticia de sus despidos. Un rato después llegó el telegrama con el mío. Al día siguiente fuimos a la fábrica y encontramos los portones cerrados con un candado así de grande”, dice el muchacho mientras con sus manos grafica el tamaño del cerrojo.

Durante seis años, este cordobés había trabajado como soldador y armador en Conmeca SRL, una metalúrgica del barrio de Ferreyra dedicada a la fabricación de cintas transportadoras y componentes. Por su tarea, que con los años había ido perfeccionando hasta convertirse en un obrero calificado, cobraba unos 8.000 pesos en mano: lo suficiente como para vivir tranquilo y trazar planes.

“Yo era efectivo, tuve esa suerte.

Entré por un aviso en el diario y aprendí el oficio en la fábrica.

Cuando llegamos el martes 1 de abril, había veinte despidos, pero finalmente los echados fuimos once”, detalla.

Mario vive en la zona norte de la capital cordobesa, y cruzaba toda la ciudad para ir a trabajar en Conmeca, una metalúrgica que empleaba a 50 trabajadores y se dedica a la fabricación, montaje y mantenimiento de instalaciones industriales. “El gremio negoció las indemnizaciones, que nos van a pagar en cuotas.

Hoy estoy sin trabajo y sólo cobré la primera.Por ahora tengo casa y comida”, le cuenta a Clarín, ya que vive en la casa de sus padres. “A mi papá le salió un trabajo en una obra en construcción, empieza la semana que viene. Voy a darle una mano ahí, pero quiero trabajar de lo mío.

Voy tirando con algunas changas como soldador, pero no alcanza.

Y lo que es peor, en el diario no hay ni un aviso, no hay trabajo”, se queja este metalúrgico cordobés despedido por la “apremiante situación económica por la que atraviesa nuestro país”.

Gustavo Molina.

Córdoba. Corresponsal.

Un sector en problemas

12%

Cayó en el primer trimestre el número de trabajadores ocupados en la industria. Es la más fuerte pérdida de trabajadores en el sector desde 2009. Y los que aún tienen empleo vieron caer el poder de su salario un 12% en 2013. Según el INDEC, el 65,6% de las empresas no hará nuevas inversiones.

María de los Angeles Liberati. Tejedora. Mar del Plata.

“Todos los insumos, hasta las agujas, ahora son importados”

Era ineludible el cartel en el acceso a la ciudad, sobre la ruta 2, a la vista de todos los que llegaban a Mar del Plata: “Bienvenidos a la Capital Nacional del Pulóver”, se leía. En esos días el público venía en busca de prendas únicas, como todavía hoy se tejen aquí, y en la ciudad la industria de los textiles se propagaba a muchas casas de familia en las que se hacían labores complementarias, de revisado, costura y remallado. La competencia extranjera y la persistente plaga de la inflación –que de a poco fue secando los bolsillos de los turistas– acabaron con aquel próspero panorama, y en las últimas temporadas la actividad de los tejedores fue disminuyendo.

Pero ese languidecer recibió un golpe mortal en enero, con la devaluación del peso que hoy la hace atravesar uno de sus momentos más delicados.

Motor productivo de la ciudad, en las últimas décadas la industria textil atravesó tiempos prósperos que aprovechó para actualizarse. Los talleres de hilado están equipados con sofisticada maquinaria electrónica, importada, cara. El sector ya había superado otros momentos de dificultades en los años noventa y con la traumática salida de la convertibilidad, pero parecía que las viejas nubes se habían despejado definitivamente y se podía planificar un futuro de expansión.

María de los Angeles López de Liberati padeció aquellas crisis y hoy, al frente de la empresa de tejidos de punto Liberati, dice que se le hace arduo pensar que luego de tantos años de trabajo tenga que afrontar una más. “Es cíclico, cada tanto esto pasa, es un problema económico del país pero que a muchos deja en el camino”, explica en el local de la calle Güemes. La firma fue fundada en 1958 por Vicente Liberati, italiano de Perugia que aprendió el oficio en esta ciudad. Su hijo y sus nietos trabajan en la empresa.

“Es un momento muy difícil, si no fuera una empresa familiar no sé si existiríamos. Porque en una empresa familiar cada uno cuida las espaldas del otro y hemos hecho los cambios necesarios para poder subsistir”, dice. Lo que Liberati cuenta sobre su negocio lo hace extensivo a la industria textil de la ciudad: hace poco más de un mes fue elegida presidente de la cámara del sector, desde la que los tejedores pretenden “reposicionar a la ciudad como capital del pulóver”, piden que se vuelva a instalar el cartel de la ruta (ni ellos saben por qué se retiró) y sueñan con reabrir la escuela de capacitación cerrada hace dos años, ya no con fondos del Estado –que les prometieron y nunca llegaron– sino propios. “Sin capacitación, no hay industria”, sostienen.

María de los Angeles dice que las ventas caen año tras año, porque en los momentos más difíciles, “lo primero que la gente deja de comprar es indumentaria, que no es un producto de primera necesidad”, y explica que la devaluación del peso ahora los vuelve a poner en una situación comprometida.

“Todos los insumos que usan las máquinas de tejido son importados, hasta las agujas, que se rompen a diario y necesitan recambio, como el resto de las piezas que tienen mayor fricción. Un ejemplo: cada aguja cuesta 3 dólares. Hay chinas, claro, “que son mucho más baratas, pero a la larga terminan saliendo más caras porque son de muy baja calidad”, explica Silvio, tejedor y programador textil de Liberati.

La devaluación frenó también proyectos de expansión de la empresa, que debió dar marcha atrás con la compra de nueva maquinaria.

La crisis de 2001 les dejó una experiencia difícil de olvidar: recién habían comprado equipamiento electrónico, endeudándose en dólares cuando el precio del billete comenzaba a dispararse.

“Fue tremendo”, recuerda.

-Entonces, ¿hubo momentos peores que este? -la consultó Clarín.

La empresaria duda un instante: “La verdad... no lo sé”.

Guillermo Villarreal.

Mar del Plata. Corresponsal.

Nicolás Schroeder. Emprendedor. Ciudad de Buenos Aires.

“El segundo semestre será más duro todavía”

Desde pequeño, Nicolás Schroeder había cabalgado las cuestas y barrancas económicas de la Argentina: nacido hace 40 años en el pequeño pueblo bonaerense de Pasteur, cerca de Lincoln, logró licenciarse en Finanzas a fines de los 90; sin horizonte ni oportunidades en su país, primero las buscó mientras pintaba paredes en Estados Unidos y después en España.

Mientras, en Buenos Aires, Eduardo Duhalde había reemplazado a Fernando De la Rúa en la Presidencia, el peso y el dólar habían despegado su valor y los fracasos iban menguando frente a las oportunidades. “Intenté lanzar un proyecto de gastronomía pero no anduvo, y justo mi hermano vino desde Irlanda para casarse con su novia de allá: con libras en la mano todo le parecía regalado. Compró mucho, y antes de irse me pidió que le enviara unas mantas autóctonas que había encargado y creía poder vender en Dublín. Me fui metiendo en eso, y en enero de 2003 hice mi primera exportación”.

El comienzo fue difícil. Buscó fábricas que hicieran lo que quería y empezó a ofrecer entre sus amigos los sobrantes de los envíos a Irlanda. Le fue bien. Entonces los mostró en varios locales de Palermo.

Desaparecieron. También en Mar del Plata, Córdoba y otras ciudades: en 2005 tenía setenta clientes.

“Tenemos diez empleados, y si sumamos los artesanos, tapiceros y carpinteros que trabajan para nosotros somos unas treinta personas.

Hay 500 clientes activos, y pensamos crecer incorporando nuevos mercados”, se entusiasma Nicolás. “Ya mandamos mercadería a Alemania, Inglaterra, España y Chile, y la semana pasada enviamos por primera vez a Nueva Zelanda.” Pero el panorama comenzó a ensombrecerse el año pasado.

Preparado para aprovechar el empujón de una devaluación que consideraba “inevitable” y mejoraría las perspectivas de las exportaciones, no podía anticipar la magnitud del tsunami de la inflación. “Sabía que 2014 iba a ser un año difícil. El salto del dólar nos dio un poco de aire –sobre todo para nuestras ventas a Chile– pero los precios se dispararon muchísimo. Se complicó mucho el mercado interno, que representa casi el 90% de nuestra facturación.

No tenemos los pedidos que esperábamos. Y si seguimos así, en tres meses estaremos igual que antes. Y creo que todavía no pasó lo peor, el segundo semestre será más duro todavía. Por suerte estoy ordenado, con pocas deudas.

Creo que el año que viene se va a reactivar muy lentamente todo, y más adelante sí van a empezar a entrar capitales. Es lo que espero”, sonríe el emprendedor, mientras apila mantas, caminos de mesa y fundas de almohadones con motivos autóctonos. “Trabajamos mucho en el diseño, para que sean exclusivos y la gente quiera pagar por ellos más de lo que cuesta un producto chino”.

Claudio Savoia

Norma Morales. Cooperativista del plan social Argentina Trabaja. Avellaneda.

“La plata no alcanza para vivir dos semanas”

Desde un murmullo que parece no tener sentido, su voz se abre paso hasta ganar en volumen, claridad y profundidad: Norma Morales, 41 años, abandonó Chicoana, su pueblo natal en Salta, cuando terminó la secundaria.

Al igual que su novio trabajaban en la cosecha del tabaco, y por entonces, en 1981, suponían que en la Capital encontrarían una realidad mejor para ellos y su futura familia. “En mi casa éramos muchos hermanos, era imposible que mi mamá nos pudiera hacer estudiar. Pensábamos que acá nos iría mejor”, recuerda hoy, cuando aquel futuro ya llegó y con su novio convertido en marido y tres hijos de 17, 14 y 10 años sigue peleándole las cartas a la vida.

Norma nació para trabajar: jamás le regalaron nada ni se apoyó en promesas. Cuando el país marchaba mejor, a ella le iba bien. Cuando trastabillaba, su familia se caía. Como la de millones de argentinos. “Los primeros años trabajé en casas de familia limpiando, y después junto a mi marido entramos a una fábrica de juguetes que queda en Villa Luro. Estábamos en blanco, con todos los derechos. El todavía trabaja ahí, pero yo tuve que dejar cuando nació mi hija mayor.” Ya vivían en el barrio La nube azul de Dock Sud, a una cuadra del Polo Petroquímico, cuando en 2001 los vaivenes económicos se convirtieron en un tobogán: al marido de Norma le bajaron a la mitad la cantidad de horas de trabajo –y su correspondiente pago– y la plata no alcanzaba ni para comer dos veces al día. “Era una realidad que tocaba a miles de vecinos. Salí a buscar ayuda, y así me acerqué a un comedor comunitario de la organización Barrios de Pie. Terminé sumándome a la militancia”, cuenta hoy, orgullosa.

Entonces parecía que amanecían tiempos mejores. “Con la llegada de Néstor Kirchner nos alegramos y participamos de su gobierno; pensábamos que iba a cambiar el clientelismo vertical que vivíamos en los barrios. Pero después fuimos viendo que en realidad no cambiaba nada, que se hacía política con las mismas estructuras”, refunfuña Norma.

Y lo que primero fue desilusión política, en los últimos años se transformó en bronca. “Como mujer y ama de casa me preocupa que el Gobierno festeje la década ganada, porque en mi barrio no cambió nada. Sólo el color de las paredes. Seguimos sin cloacas, no hay agua potable, la electricidad se corta y las calles se inundan.

Dicen que no hay pobreza ni inflación, pero la realidad acá es otra.” Mientras su marido lleva a casa juguetes para armar y entre todos los terminan para hacerse de unos pesos, Norma también integra una de las dos cooperativas del plan social Argentina Trabaja que Barrios de Pie tiene en Avellaneda.

“Una es de carpintería y otra de reparaciones, con la que trabajamos en escuelas y edificios públicos. Pero este gobierno municipal tampoco nos entrega insumos o ropa de trabajo. Casi nos cerraron las puertas. Nosotros igual seguimos avanzando.

Pedimos solidaridad, donaciones, y así conseguimos lo mínimo para poder trabajar”, dice ella.

Pero su frágil economía estalló este verano: “cuando liberaron el dólar hubo un antes y un después”, suspira. “Ya estábamos mal, pero ahora con 100 pesos sólo compramos un kilo de milanesas, ¿qué vamos a hacer? Tuvimos que reducir un montón de gastos. Por suerte mis hijos no se enfermaron, porque no tengo para remedios. Tampoco renovamos la vestimenta (antes comprábamos ropa tres veces en el año) y seguimos con los mismos útiles escolares del año pasado. Tampoco alcanza: ayer compré una garrafa de 10 kilos a 55 pesos.” Aunque habían empezado a pedir aumento hace dos años, los cooperativistas del plan Argentina Trabaja redoblaron sus reclamos este verano, cuando la inflación se duplicó. Hoy su sueldo básico es de 1.200 pesos, “sin derecho ni a enfermarse, porque perdés el premio con el que llegás a 2.000 pesos. No es nada, no me alcanza para subsistir ni dos semanas. En enero intentamos hacernos escuchar con una protesta en el ministerio de Desarrollo Social, pero ni nos recibieron”, suelta Norma.

“Por eso con Barrios de Pie lanzamos una Consulta Popular. La gente va a poder participar en los barrios, escuelas, universidades, centros de salud, sindicatos y cooperativas de todo el país”.

Bajo el lema “Consulta por los que menos tienen”, y con el apoyo de la CTA que dirige Pablo Micheli, sectores de la Pastoral Social de la Iglesia y referentes de los derechos humanos como el cacique Qom Félix Díaz y la hermana Marta Pelloni, la organización social propone que quienes participen de la consulta, que se realizará entre el 12 y el 18 de mayo, respondan por sí o por no a algunas preguntas: ¿Estás de acuerdo con que la Asignación Universal por Hijo sea reafirmada con una ley y se actualice de acuerdo a la inflación, al igual que los montos de los programas de empleo y capacitación? ¿La jubilación mínima debe aumentar acompañando las subas del salario mínimo y del costo de vida? ¿Estás de acuerdo con el reintegro del IVA a los alimentos de la canasta básica para quienes cobren menos que el salario mínimo? “Tampoco queremos que la sociedad nos siga puteando porque cortamos calles. Nosotros también somos trabajadores, hasta el gobierno lo reconocía. Pero ahora parece que no quiere”, dice Norma, con la voz hecha un trueno y la mirada fija.

Claudio Savoia

Gustavo Tettamanti. Productor agropecuario. Santa Fe.

“En el campo la devaluación nos complicó”

Gustavo Tettamanti es uno de los cientos de productores agropecuarios que trabajan la tierra en el sur de Santa Fe. Su campo está ubicado en la bucólica localidad de Bigand, a 70 kilómetros de Rosario. Es propietario de 98 hectáreas agrícolas y de otras 230 ocupadas por un tambo.

Con números y datos en la mano, desmiente a quienes lo señalan como un “favorecido” del modelo tras la devaluación del peso en enero. “Nos complicó aún más. Estamos comprando insumos a un dólar que ahora se fue a 8 y pico y la producción la vendemos a precio interno”, se queja.

Tettamanti no es un improvisado.

Al legado familiar –su apellido es sinónimo de campo en Bigand– le agregó el conocimiento científico: es ingeniero agrónomo y desde hace un tiempo participa activamente en la Federación Agraria Argentina. Sostiene que la nueva coyuntura económica favorece “sólo a un puñado de grandes exportadores”.

A él, como a tantos otros chacareros, “los números no le cierran por ningún lado”.

“Los costos aumentaron un 30% y los ingresos quedaron estancados, debido a que nuestras producciones se vuelcan al mercado interno”, afirma. Y agrega: “El 90 por ciento de los costos están dolarizados. Los insumos, el fertilizante y los agroquímicos, por ejemplo, los pago a un precio anclado al dólar. Y a mí hace tres años que me pagan lo mismo por mi producción. Los últimos novillos los vendí al mismo precio que en el 2011”.

Tettamanti se considera un simple “laburante de la tierra”, que como todo el mundo “sufre los vaivenes de la economía”. “En este momento los que tienen más volumen de producción tal vez pueden hacer negocios con la exportación, pero los pequeños productores como yo no tenemos esos beneficios. Para el imaginario colectivo el productor agropecuario es muy pudiente. Y no es así.

La mayoría formamos parte de la clase media y llegamos a fin de mes con lo justo”, se fastidia.

Respecto de las estrategias para sobrevivir tras la devaluación, se aferra a la “diversificación de la producción”. “Más que nunca, hay que poner los huevos en distintas canastas. Es indispensable abrir el juego y no quedarse aferrado a un producto”, sentencia.

“Desde el verano a hoy la situación nuestra empeoró muchísimo.

Nosotros vendemos nuestra producción a un dólar de 5,5 pesos, porque tenemos 35% de retenciones.

El panorama es desolador. No es mi caso, pero a aquellos productores que están endeudados en dólares sus deudas les aumentaron 30%. Por eso, el que dice que nos favorecimos, miente”.

Andrés Actis.

Agencia Rosario.

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