Cuando días atrás el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, se refirió a la grasa militante, fue interpretado en forma aviesa por algunos dirigentes. No se refería el ministro a la persona que abrazó el peronismo a partir del 17 de octubre de 1945, y quién, desde una mirada tilinga y elitista pasó a ser un "grasa". La propia Evita transformó esa expresión peyorativa en una forma cariñosa de dirigirse, en más de una oportunidad, a sus compañeros trabajadores. Habló sí el ministro de la grasa militante, de esa mugre que se acumula en el alma de ciertos funcionarios. Esa costra que va cubriendo el bienestar emocional hasta constituir una verdadera patología de los sentimientos. Precisamente, la contracara de la militancia. El ejemplo más rotundo es el comportamiento de algunos adláteres de Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas. Amparándose en el derecho de mantener sus cargos que en toda sociedad anónima les asiste fueron incapaces de dar un paso al costado junto a su jefe. Se necesitan 5,7 millones de pesos para indemnizar a estos señores.
Moraleja: una cosa es el samba brasileño. Otra cosa, y muy distinta, es la zamba, tan norteña, tan nuestra. Miguel Pedro Mordeglia
