En Argentina no existe universidad publica que enseñe a volar, esto lo hacen los pequeños aeroclubes de cada pueblo. Pequeños, sí, pequeños. Porque en su mayoría no cuentan con más de 100 socios, si es que los tienen; la mayoría no tiene más de 2 aviones que mayormente son de 1970 para atrás, o incluso de la década del 40 como lo es el legendario PA11, del cual ni repuestos se consiguen.
La ANAC, la DPAO y demás reguladores de la aviación piden a cada club barbaridades que sólo se le ocurren a las mentes brillantes detrás de un escritorio, pero que no conocen siquiera la teoría de la sustentación por la cual vuela un avión. Sumado a los innumerables requisitos que piden en Personería Jurídica, balance sellado, antecedentes de miembros, cuota alimentaria de miembros del club y demás sin razones que parecieran querer que esto se acabe.
A todo esto ahora le sumamos el aumento en los combustibles aeronáuticos.
Señor y señora ciudadano argentino, el comandante que hoy luce sus charreteras en aerolíneas que lo llevo de vacaciones, se formó en un aeroclub; el aeroaplicador que fumiga su campo, estudió en un aeroclub, el piloto del avión sanitario que llevó a su familiar, comenzó en un aeroclub; ese que puso en riesgo su vida volando campos tapados por agua para llevar asistencia a los aislados en las inundaciones, se capacitó en un aeroclub; el piloto que combate los incendios forestales que ponen en peligro su casa, ese, también aprendió (a volar) en un aeroclub.
