En Tierra del Fuego, instalan un radar para evitar colisiones en el espacio
En este momento se están siguiendo 23.000 objetos en una franja que va desde los 150 a los 2000 km de distancia de la Tierra.
En 1957, el satélite ruso Sputnik, el primer objeto humano que entró en órbita, se desplazaba, solitario, en lo que se conoce como una “órbita baja”; es decir, a 2000 km de la Tierra o menos. En la actualidad, por allí circulan la mayoría de los satélites y estaciones espaciales. Pero no son los únicos, se estiman en decenas de miles los objetos y fragmentos de distintos tamaños que se encuentran girando en ese rango de distancia alrededor del planeta, típicamente a una velocidad de ocho kilómetros por segundo (27.400 km/h), con lo que completan una vuelta cada 90 minutos.
El problema es que esas órbitas terrestres bajas (LEO, según sus siglas en inglés por Low Earth Orbit) se están congestionando aceleradamente. Para tratar de evitar colisiones, una compañía norteamericana llamada Leolabs está estableciendo una red de radares que les sigue el rastro a los objetos mayores de 10 cm y da la señal de alerta para iniciar las maniobras correspondientes cuando puede haber riesgo. El último, que junto con todo el hardware ocupa un terreno del tamaño de una cancha de fútbol, está terminando de emplazarse en Tierra del Fuego.
“El aparato vigila todos los objetos que están en órbita terrestre baja y funciona en coordinación con una red global de alrededor de una docena de dispositivos similares que tenemos en distintos países, como Portugal, Estados Unidos, Australia, Costa Rica y Nueva Zelanda –cuenta Darren McKnight, director científico de la compañía–. Hacemos las mediciones, advertimos cuando alguno se está acercando a satélites operativos e informamos cómo mantenerlos a salvo”.
El servicio se ofrece tanto a agencias gubernamentales como al sector privado. “Trabajamos para el gobierno de Estados Unidos, pero también para el de Japón y distintas empresas –detalla McKnight–. Más del 60 % de los satélites comerciales en órbita obtienen su información de tráfico de nuestra compañía”.
Se calcula que en órbitas bajas existen más de 20.000 objetos de más de diez centímetros de diámetro, que es el tamaño más pequeño que los radares pueden “ver”, pero solo 6000 están operativos. “Los satélites hacen un muy buen trabajo cuidando de sí mismos, pero sabemos que toda esta chatarra está volando y tenemos que advertir cuándo se aproximan demasiado para hacer maniobras que permitan evitar choques”, comenta el científico.
La ubicación en el extremo austral del país, a 45° de latitud Sur, es considerada particularmente conveniente, porque es la región donde se produce la mayoría de las “conjunciones”. “Los potenciales accidentes no ocurren uniformemente en todo el espacio –explica McKnight–, sino en especial entre los 35 y los 55° de latitud Norte o Sur. La Argentina es un gran lugar porque está en un hemisferio en el que tenemos muy pocos radares. Además, si uno los piensa como una de esas cámaras que se instalan en las esquinas para vigilar el tráfico, es una intersección concurrida. Es una ubicación estratégica para tener un buen punto de vista a muchos de los acercamientos que ocurren”.
Aunque no desea precisar el costo del equipo, McKnight (experto en recolección de datos) afirma que desarrollaron un diseño innovador que permite producirlos de forma significativamente más económica que los anteriores. Y un dato singular es que no necesitan personal para operarlos. “El de Nueva Zelanda se construyó justo antes de que comenzara la pandemia. Durante más de dos años no pudimos tener a nadie en el lugar y funcionó perfectamente bien. Es asombroso –se sorprende–. Como dije, son como cámaras de tráfico, pero de muy alta tecnología, muy bajo mantenimiento y muy alta confiabilidad. Es una combinación maravillosa”.
Observan los objetos, anticipan su rumbo con respecto a los demás con una anticipación de alrededor de cinco días y determinan una nueva órbita para el equipo en riesgo. “Emitimos millones de avisos y advertencias, y a medida que nos vamos acercando a la conjunción real, nuestros resultados serán cada vez más precisos –comenta McKnight–. Cinco días antes, lo vigilaremos tal vez dos o tres veces diarias y luego a veces la probabilidad de una colisión aumenta y en otras, disminuye. La probabilidad puede aumentar o disminuir de acuerdo con la situación física”.
“Los radares son nuestros mejores instrumentos para rastrear objetos. No están limitados por el clima, como los sensores ópticos, y brindan información de posición muy precisa”, explica Diego Janches, master en astronomía, ingeniero eléctrico y especialista en la capa de la atmósfera que se encuentra entre los 80 y los 110 kilómetros de altura, en la frontera con el espacio, donde les sigue las huellas a los “meteoros”, granitos de arena que llegan continuamente, se evaporan por la fricción y alteran su composición química.
Janches, hoy investigador de la NASA y que desde hace 14 años trabaja en Tierra del Fuego con un equipo de la Universidad Nacional de La Plata, detalla que en este momento se están rastreando unos 23.000 objetos que residen o transitan por la región que queda por debajo de los 2000 km, pero que hay muchos más demasiado pequeños como para detectarlos.
El peligro para los aparatos es real porque, aunque un aviso con cinco días de antelación en muchos casos permite corregir el rumbo, en otros (ya sea porque no están diseñados de esa manera o porque ya no están operativos) no se lo puede evitar.
“Inicialmente, [el rumbo] se determina después de las primeras observaciones, quizás en un día más o menos, pero nos gusta monitorearlos a lo largo del tiempo para comprender cómo cambian sus órbitas –dice Janches–. Sin embargo, cuando hay una gran ruptura en el espacio, ya sea debido a una explosión o una colisión, es difícil determinar qué objeto es cuál, y la ‘nube de ruptura’ puede tardar varias semanas en dispersarse lo suficiente como para que podamos clasificarlos a todos. Las mediciones se pueden hacer con mucha precisión, pero la calidad de la predicción de la órbita a largo plazo se degrada cuanto más intentamos predecir. Esto se debe a que el efecto del Sol sobre la densidad atmosférica es solo parcialmente predecible. Cuando la actividad solar sufre un cambio importante, como ocurre durante una tormenta solar, se vuelve mucho más difícil de predecir hasta que las cosas se ‘estabilizan’ de nuevo”.
Mientras tanto, los planes de Leolabs contemplan nuevos radares. “Tenemos muchos bastante avanzados –concluye McKnight–. Queremos ubicarlos en posiciones geográficamente dispersas en todo el mundo. Probablemente, necesitemos uno en África, otro en el norte de Europa… Tal como sucedió con el que está terminando de instalarse en la Argentina, trabajamos en ellos mucho tiempo antes de anunciarlos”.
Fuente: eldestapeweb.com
Imágen: gentileza Leolabs