Macri y la vuelta de las relaciones carnales

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Por SERGIO WISCHÑEVSKY | 30 de noviembre de 2018

En 1999 se organizó la primera reunión del G20 en Washington. Argentina atravesaba un momento de “relaciones carnales” con Estados Unidos. Después del default de 2001 algunos países pidieron la expulsión de nuestro país pero no lograron el consenso. En 2008 participaron los presidentes por primera vez. Desde entonces, Cristina Fernández de Kirchner, entre otros mandatarios, trató de poner en agenda la necesidad de imponer mayores controles a los fondos buitres, los capitales y las guaridas internacionales. Ahora que se reúnen en Buenos Aires, el gobierno vuelve a mostrarse alineado y disciplinado. 

 

A contrapelo de lo que ocurre con el fútbol, en donde los partidos se hacen sin público visitante, el esquema de seguridad propuesto por la ministra Patricia Bullrich, privilegia a los visitantes y le pide a los locales que abandonen la ciudad. Ese anuncio fue en sí mismo toda una metáfora del rol que espera cumplir el gobierno de Macri en la reunión del G20. El evento concentra en Argentina una atención inédita, y todo hace presagiar que será una oportunidad perdida. Nunca en nuestra historia la Argentina fue anfitriona de una reunión con semejante peso político, económico, cultural y militar.

El llamado G20 representa el 85 por ciento del PBI mundial, el 66 por ciento de la población de la tierra, el 75 por ciento de todo el comercio del planeta, y el 80 por ciento de las inversiones globales. Los más poderosos mandatarios del mundo ya están en Buenos Aires. Donald Trump por EEUU, Xi Jinping por China; Vladimir Putin, máximo líder de Rusia desde hace 18 años, Mohamed Bin Salmán de Arabia Saudita, Scott Morrison de Australia; el devaluado Michel Temer por Brasil; Justin Trudeou de Canadá, Angela Merkel Canciller de Alemania, Emanuel Makron por Francia, Moon Jae In de Corea del sur, Narendra Modi desde la India, la democracia más grande del mundo, Guisepe Conte de Italia, Shinzo Abe de Japón, Enrique Peña Nieto por México, viene por un día ya que el domingo tiene que entregar el poder al recién electo presidente Andres Manuel López Obrador, Theresa May Reino Unido, viene de terminar de arreglar como será el Brexit, Racep Erdogan desde Turquía, Cyril Rampaosa por Sudáfrica. Además está representada la Unión Europea y cinco países invitados: Chile, España, Senegal, Jamaica, Ruanda, Singapur y Paises Bajos.

El grupo surgió por iniciativa de Bill Clinton, quien en 1998 evaluó que las reuniones de lo que en ese entonces se denominaba G7, representaba un núcleo de países insuficiente para la creciente complejidad de la situación mundial. La iniciativa contó con una reunión organizativa que se hizo en Buenos Aires durante el gobierno de Carlos Menem. Se decidió sumar a  Brasil México y Argentina que resultaban cíclicamente problemáticos, pero los norteamericanos evaluaban como fuerza propia. En aquella reunión hubo fuertes cruces entre EEUU y Alemania que pedía mayor convocatoria de países europeos; fue notoria la ausencia de España. El resultado fue la formación del G33, sin embargo pronto se vio que era inviable un grupo tan extendido y se redujo a diecinueve el número de países y se le dio intervención a la Unión Europea que se convirtió en el miembro número veinte. En 1999 se organizó la primera reunión en Washington, en sus primeros años los participantes eran los ministros de economía y los presidentes de los Bancos Centrales de cada país. En representación por Argentina fue el equipo de Roque Fernández y Pedro Pou. Estamos hablando de una época de oro en las relaciones de EEUU y Argentina, el gran momento de la alineación absoluta con el país del norte.

El estallido de la crisis financiera de 2008 dejó en evidencia la ineficacia del FMI y puso de manifiesto la necesidad de resolver la gran crisis capitalista desde un nivel político superior. Desde ese año comenzaron a participar los primeros mandatarios de los países miembros del G20. Si existe algo que pudiéramos denominar “gobernanza mundial”, una instancia por intentar ordenar las grandes políticas internacionales y dirimir los conflictos de intereses, el organismo institucional que más se acerca a esa idea es sin duda el G20, más aún teniendo en cuenta el rol cada vez más deslucido de las Naciones Unidas (ONU).

EEUU sigue siendo el país hegemónico, la máxima potencia económica y militar del planeta. Pero esa es una foto. La película muestra una dinámica de creciente polarización. Las políticas agresivas de Donald Trump tienen mucho de reacciones defensivas ante lo que es un indiscutible retroceso en el panorama global. El crecimiento de China es arrollador. El Banco Mundial diagnosticó que en algún momento entre el año 2020 y el 2025 va a pasar a ser la economía más poderosa del mundo. Con sus 1395 millones de habitantes acapara casi el 20 por ciento de la población mundial, tiene prácticamente la misma extensión territorial que EEUU, catorce mil kilómetros de costas y una capacidad exportadora sin igual. La guerra comercial entre China y EEUU marca el tono y el color de lo que se discute en los últimos G20.

Que en este juego de gigantes Argentina tenga una participación constituye toda una curiosidad. Después del Default de 2001 algunos países pidieron la expulsión Argentina del selecto grupo: Alemania, Chile y Colombia lo hicieron de manera explícita. Como el esquema de funcionamiento del grupo no es piramidal, y todo se define por consenso absoluto, no se llegó a nada. Lo engorrosa que hubiera sido la negociación para elegir un nuevo miembro dobló la carambola de que sigamos en el G20.

En la primera reunión que se hizo con mandatarios en 2008 participó la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Su esfuerzo político consistió en tratar de poner en la agenda de las discusiones globales el tema de la necesidad de imponer mayores controles a los fondos buitres, los capitales y las guaridas internacionales.

Ser el país anfitrión puede significar una gran oportunidad porque tiene la potestad de marcar temas de la agenda a discutir. El gobierno argentino propuso tres ejes: el futuro del trabajo y el desafío que implica para la educación, infraestructura para el desarrollo, y la búsqueda de un futuro alimentario sostenible. Temas de cierta naturaleza abstracta y sin capacidad de operar políticamente sobre algunas injusticias y desequilibrios que perjudican fuertemente nuestra economía. Pero, ¿cómo iba a denunciar a los fondos buitres el gobierno que decidió pagarles todo? ¿Cómo iba a pedir un mayor control sobre las guaridas fiscales un presidente denunciado internacionalmente por tener cuentas off shore?

El gigantesco esfuerzo de ser anfitrión del G20 pierde todo sentido si no se aprovecha la oportunidad para defender los intereses argentinos. ¿Cuál es el objetivo que se ha planteado el gobierno? Tal vez, como en tantas otras ocasiones de nuestra historia, mostrarse alineado y disciplinado, para esperar recibir un premio por tan buena conducta. La ilusión de generar posibilidades de buenos negocios.

Para los grandes sectores populares, este G20 no parece tener nada que ofrecerle.

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