Concorde: despegue y caída de los vuelos más veloces que el sonido
19/06/2021 La Mañana (Neuquén) – Nota –
Entre 1976 y 2003 se dieron más de 5000 los vuelos supersónicos. Caros, con servicios de lujo pero incómodos y agobiantes, transportaron a celebridades y terminaron en tragedia.
El 13 de julio de 1985, Phill Collins hizo dos conciertos: uno en Londres, el otro en Filadelfia. Estuvo en dos shows separados por el Océano Atlántico con apenas tres horas de diferencia. El músico fue parte del mítico concierto Live Aid en Inglaterra junto a su banda y, tres horas más tarde, tocó con Eric Clapton, en solitario y como baterista de Led Zeppelin en un show en Estados Unidos. Todo gracias a un par de helicópteros y a la velocidad de un vuelo supersónico en un Concorde.
La historia del Concorde es la historia del despegue más vertiginoso de la ingeniería naval y de una estrepitosa caída. El proyecto debe su nombre a la idea de concordia y cooperación entre los dos países, Francia y Reino Unido, en tiempos en el que el mundo estaba convulsionado por los conflictos sociales de la Guerra Fría.
Apenas 12 años después del primer vuelo comercial, que se dio en 1950 en Estados Unidos, la Unión Soviética, Inglaterra y Francia empezaron a considerar la posibilidad de desarrollar un avión ultrasónico. Finalmente, las últimas dos naciones avanzaron con el proyecto y en 1962 firmaron el tratado oficial.
Se construyeron 20 naves, seis de prueba, siete para British Aircraft Corporation (de capital británico) y otras siete para Aérospatiale (de capital francés). phill-collins.jpg El 21 de enero de 1976 comenzaron los vuelos regulares con las rutas Londres-Baréin y París-Río de Janeiro. Eran los primeros aviones que superaban la velocidad del sonido en su modo crucero. El mundo veía el futuro: se podía cruzar el océano atlántico en tres horas y conectar Francia con Brasil en siete. El Concorde fue una ruptura para la época porque transformó los incómodos, tediosos y largos viajes en experiencias incómodas, tediosas pero breves y con servicios de lujo. Esta máquina duplicaba la velocidad del sonido volando a 2.179 kilómetros por hora en su máxima expresión, algo nunca logrado hasta entonces. En su interior, las comodidades no distaban de las de cualquier aerolínea low cost, con dos filas de dos asientos con un diminuto pasillo. El interior era estrecho y agobiante, el fuselaje se calentaba a tal nivel que no había aire acondicionado que llevara alivio a tanto calor. Las butacas eran estrechas y endebles, su autonomía era poca (7 mil kilómetros) y encima el ruido era ensordecedor. ¿Qué tenía de bueno el Concorde? Su velocidad, que permitía recorrer los 9,162 kilómetros entre París y Rio de Janeiro en siete horas, o bien Londres y Filadelfia en tres. Pero, sobre todo, los vuelos supersónicos eran una experiencia lujosa, que solo podían pagar algunos pocos privilegiados: su precio, altísimo, era de 10 mil dólares ida y vuelta. El Concorde volaba a 2.179 kilómetros por hora, superando la velocidad del sonido. En sus servicios se servía comida de lujo. Viajar en el Concorde separaba a la nobleza sónica de la plebe subsónica, invitando a los pasajeros a viajar en una esfera superior de la existencia, con menús de alta cocina, de tres a seis platos de los chefs más reconocidos del mundo, botellas de champagne de las más cotizadas sin límite y vajilla de plata. En sus 26 años de existencia, realizó 5000 vuelos, con 2,5 millones de pasajeros, entre los que se destacan Elton John, Mick Jagger, la reina de Inglaterra Isabel II, y Phill Collins. Pero el 25 de julio de 2000 todo cambió. El vuelo 4590 de Air France despegó del Aeropuerto de París-Charles de Gaulle, cerca de París, con rumbo al Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de Nueva York, Estados Unidos. Pocos minutos después se precipitó a tierra y se estrelló contra un hotel en Gonesse.