Grandes estatizaciones en el Primer Mundo

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16/06/2020 LaArena.com.ar (La Pampa) – Nota

LO QUE NO DICEN LA DERECHA ARGENTINA
Estatizaciones totales y compras de paquetes accionarios de grandes empresa han sido frecuentes en Estados Unidos y Europa. Y nadie habla de «chavismo» como aquí.

JORGE ELBAUM
Los grupos concentrados de la Argentina se especializaron en impedir, tergiversar u omitir la difusión de las políticas públicas de estatización implementadas en otros países. Las corporaciones locales se han caracterizado por estatizar sus deudas, exigir subsidios o recibir ayuda para pagar salarios, sin aceptar que la sociedad obtenga beneficios de ese esfuerzo. Techint y Clarín, entre otras empresas, se acogieron al programa de ayuda gubernamental para el pago de sueldos pero no aceptan que esos recursos se transformen en una deuda hacia el Estado. Pretenden socializar los costos pero se resisten a compartir los réditos posteriores. Le piden a la sociedad que financie -con su esfuerzo tributario- los salarios de sus empresas lucrativas, para luego negarle una recuperación futura de dicho aporte.

Los gobiernos de los Estados elogiados por las elites locales parecen tener otra concepción. En marzo pasado, el gobierno de Italia anunció la nacionalización de la compañía aérea Alitalia. En Alemania Angela Merkel informó el rescate a la aerolínea Lufthansa por unos 10.000 millones de euros. A cambio la empresa le cederá el 25,1% de su paquete accionario al gobierno. El Estado ya tiene participación accionaria en dos de las empresas más tradicionales de ese país, como Volkswagen y Daimler Mercedes Benz. Por su parte Francia, que ya es accionista en empresas clave (como las energéticas Engie y EDF, la telco Orange, la automovilística Renault o la aerolínea Air France-KLM), adelantó que inyectará liquidez en dichas empresas, de las que controla gran parte del capital accionario desde antes de la pandemia.
El 23 de abril el Parlamento Europeo comenzó a debatir un proyecto referido a los salvatajes de empresas y las intervenciones en el mercado de los respectivos países miembros. El 11 de mayo la Unión Europea aprobó la propuesta e informó que la disposición incluye la potestad de los Estados para nacionalizar todo tipo de empresas: grandes, medianas y pequeñas.

EEUU también.
El nacionalismo de las elites estadounidenses merece la atención dada la admiración acrítica de las elites locales. Woodrow Wilson nacionalizó los ferrocarriles, la telefonía y el telégrafo, entre 1913 y 1921. Y Franklin D. Roosevelt estatizó las empresas mineras más prominentes, entre 1932 y 1945. Además durante su gobierno se impuso la confiscación del oro en posesión de las empresas y de personas físicas. Esta disposición obligó a todos los ciudadanos a entregar a la Reserva Federal el oro acopiado, tanto en forma de monedas lingotes o joyas, a cambio de 20,67 dólares la onza.

Harry Truman nacionalizó entre 1946 y 1950 la mitad de la red ferroviaria, expropiando 537 compañías. En diciembre de 1950, Truman creó la Oficina de Movilización para la Defensa (ODM) afirmando que «el acero es un material clave en todo nuestro esfuerzo soberano». Dada las reticencias de los empresarios para conceder los aumentos salariales solicitados por el sindicato (United Steelworkers of America), el Presidente decidió nacionalizar la totalidad de las acerías. Un año después la Corte Suprema anuló la nacionalización. En apoyo a Truman los trabajadores se lanzaron a una huelga. Dos meses después los empresarios aceptaron las condiciones exigidas por el presidente y los trabajadores sindicalizados.

Richard Nixon estatizó los servicios ferroviarios de pasajeros, la Penn Central Railroad (PCR), una de las empresas más grandes del país que a fines de los años 60 contaba con 100.000 empleados. Para legitimar su nacionalización el Congreso aprobó Ley de Servicio al Pasajero y dio origen a Amtrak, de propiedad pública, que empezó a operar el 1 de mayo de 1971. También Nixon realizó el rescate de la empresa Lockheed con un aporte de 250 millones de dólares.
Bancos y aerolíneas.

Jimmy Carter impulsó el salvataje de Chrysler por un monto de 1.200 millones de dólares a cambio de 14,4 millones de acciones e impuso, además, la renuncia del directorio de la empresa, la participación de los trabajadores en la gestión y la opción estatal de decidir sobre la venta de activos. Su opositor Ronald Reagan exportó neoliberalismo pero no se privó de intervenir el Continental Illinois Bank, en julio de 1984, mediante un rescate de 2.000 millones de dólares a cambio del control del 80% de su capital accionario. Además, en 1986 estatizó la Corporación Federal de Ahorros y Préstamos (FSLIC) compuesta por 4.000 pequeñas cajas de ahorro y préstamo.

George W. Bush (hijo) llevó a cabo el salvataje de las principales aerolíneas luego del ataque a las Torres Gemelas, en 2001, aportando 5000 millones de dólares a cambio de paquetes accionarios de todas ellas. En noviembre de ese mismo año Bush firmó la Ley de Seguridad de la Aviación y el Transporte con la que se nacionalizó la gestión de todos los aeropuertos. Al final de su segundo mandato, en 2008, se estatizaron las compañías hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae, que hasta ese momento controlaban el 40 por ciento de todas las hipotecas de su país. Esta intervención se amplió aún más en 2008 cuando se adquirió el 77% de una de las aseguradoras más grandes del mundo, la AIG y el 36% del Citigroup.

GM y Chrysler.
El 1 de junio de 2009, General Motors se declaró en quiebra y fue expulsada de la Bolsa de Nueva York. Barack Obama decidió aportar 30.100 millones de dólares a cambio de la propiedad del 60,8% de la empresa. El 11% quedó en propiedad del gobierno de Canadá y el 17% en manos de los Trabajadores Unidos de la Producción Automotriz (UAW). Meses después Chrysler fue a la quiebra y el Estado repartió las acciones: los Trabajadores Unidos de la Producción Automotriz (UAW) se quedaron con el 67% del paquete accionario y los gobiernos de Estados Unidos y Canadá con el 13% cada uno. Para ese salvataje el Departamento del Tesoro aportó 1.900 millones de dólares.

Los grupos privilegiados de Argentina y de América Latina suelen admirar, de los países centrales, aquello que no cuestiona sus privilegios domésticos. Y suelen ser ciegos a la hora de observar el espíritu soberano que sustentan muchas de sus regulaciones. Por eso intentan transformar toda vinculación con lo estatal como una mala palabra. (Extractado de El Cohete a la Luna).

 

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