Elecciones y mundo laboral: que lo legislativo no sea invisible a los ojos

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Por Maximiliano Arranz, columnista de Mundo Gremial

Mundo Gremial

Argentina es megapresidencialista, cuestión que no me interesa debatir y de la que tampoco reniego. Sin embargo, estamos organizados como república y la división de poderes y el equilibrio de los mismos no puede ser bajo ninguna clase de concepto un tema al que no se le preste atención.

Con los resultados de las PASO ya masticados y digeridos por la mayoría de la dirigencia gremial, encontrar todavía competitivo al candidato que recibe el apoyo institucional del movimiento obrero, no deja de ser positivamente llamativo.

Si bien la sorpresa de un Milei que se posicionó como el más votado en las primarias dejó un mal sabor de boca, el desbarrancamiento electoral de Juntos por el Cambio le dio al oficialismo la posibilidad de mirar octubre con expectativas reales.

Existe un hecho singular que me resulta necesario visibilizar. “Cambiemos” pasó de lograr un mapa del país “pintado” casi en su totalidad de amarillo en las elecciones intermedias de 2021 a perder más de tres millones de votos en apenas dos años, y esto sin estar sometidos al desgaste de la gestión. Todo en el marco de un proceso interno en el cual tanto Bullrich como Larreta se probaron la banda presidencial tal vez con demasiada antelación.

En 2015, cuando Macri fue elegido presidente por la mayoría de los argentinos (sí, eso pasó), comenzó un proceso de intentos de cambios en la estructura del Estado y en la legislación laboral. Hoy, a la distancia, los que ejercieron el gobierno en aquel momento reniegan del “gradualismo”, método mediante el cual pretendieron avanzar (según ellos) de forma “no traumática” con sus ideas y que ahora entienden que los condujo al fracaso.

Me permito poner en duda lo del “gradualismo” como opción voluntaria. Mauricio Macri fue electo en ballotage, ya que no resultó triunfador en las elecciones generales donde sacó apenas un 34% de los votos; porcentaje sobre el cual se hicieron los cálculos para los diputados y senadores.

Cambiemos tuvo en la primera mitad de su gobierno 89 diputados sobre un total de 257 y apenas 14 senadores sobre 72. Los 122 diputados y 39 senadores del Frente para la Victoria y aliados, propensos a la defensa de los derechos de los trabajadores, fueron un dique de contención para que las históricas conquistas sociales de los argentinos no volaran por los aires.

El marco político que se avecina, en el caso de que Sergio Tomás Massa llegue a presidente, es similar al de 2015, pero con la ecuación inversa en relación a los intereses obreros.

Ambas cámaras del poder legislativo quedarán conformadas según los resultados de las elecciones generales y no de la segunda vuelta. Si bien el escenario de tercios del 13 de agosto puede variar del casi triple empate a un claro primer, segundo y tercer lugar; la realidad marca que el próximo presidente, sea quien sea, difícilmente tenga el control absoluto del congreso.

No obstante, en caso de ganar Milei o Bullrich, entre propios y aliados contarían con un nutrido caudal de legisladores con afinidad ideológica en temas que pueden tener un profundo impacto sobre el mundo del trabajo. Pero en caso de ganar Massa, y de repetirse las proporciones de votos del oficialismo y oposición (más allá de la migración que pueda existir de Bullrich hacia Milei), se encontraría con la infranqueable barrera de 147 diputados y 35 senadores entre libertarios y macristas con la capacidad de paralizar cuanto proyecto de ley envíe el ejecutivo.

No es difícil imaginar las comisiones de Trabajo y Previsión Social del Senado y de Legislación del Trabajo de Diputados como cementerios de expedientes de todo proyecto necesario para proteger el trabajo y la producción de los argentinos.

En octubre (y seguramente noviembre) los trabajadores no solo vamos a elegir presidente, sino también el “campo de batalla”. Porque sea cual sea el resultado, los años venideros van a ser de lucha sin cuartel. Con el Congreso más hostil hacia los sindicatos desde la vuelta de la democracia en 1983, es menester elevar la moral de las organizaciones para enfrentar las adversidades que están a la vuelta de la esquina.

Abróchense los cinturones, porque no importa quien gane el ejecutivo, el cambio de época se va a sentir en el legislativo como en ningún otro lugar.

No escribo estas líneas con resignación de ningún tipo, sino por el contrario, con la absoluta esperanza de que exista un plan de acción que nos permita defender nuestros derechos de toda clase de agresiones.

Dijo el General Perón: “Como hombre del destino, creo que nadie puede escapar de él; pero también creo que podemos ayudarlo, fortalecerlo, tornarlo favorable hasta el punto de que sea sinónimo de victoria”.

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