Ezeiza, una postal inusual de los efectos de la pandemia

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19/04/2020 La Nación – Nota – Tema del Día – Pag. 12

Federico Acosta Rainis

Pasó de operar 150 vuelos por día a dos o tres; solo se cruzan, y desde lejos, varados y repatriados; locales cerrados y autos abandonados
Quien haya pisado alguna vez el Aeropuerto Internacional de Ezeiza Ministro Pistarini se llevaría una enorme sorpresa si por estos días le tocase volver a visitarlo. Con las puertas abiertas, pero su actividad reducida a un mínimo por la pandemia de coronavirus, la terminal ofrece algunas imágenes desconocidas: comercios cerrados, halls vacíos, ausencia casi total de movimiento vehicular y humano. Y los poquísimos pasajeros que hay tienen algo en común: son personas que por la crisis quedaron varadas y tuvieron que reprogramar sus viajes, ya sea argentinos que acaban de ser repatriados o extranjeros que consiguieron vuelo para volver a sus países.
Las cifras muestran la magnitud de la caída. De operar con 150 vuelos y más de 30.000 pasajeros diarios, Ezeiza pasó a trabajar hoy con un promedio, entre arribos y partidas, de entre dos y tres vuelos de pasajeros por día.
Son servicios que se confirman con 24 horas de anticipación, a medida que los aprueba con cuentagotas el Ministerio de Transporte en coordinación con la Cancillería. El viernes, por ejemplo, hubo apenas un arribo (LA1145 de Latam, de Sídney) y dos partidas (LH345 de Lufthansa, a Fráncfort, y AR1302 de Aerolíneas Argentinas, a Miami).
A las 17, los alrededores de la terminal C, usada por Aerolíneas y Austral, estaban desiertos. Apenas dos taxistas, Daniel y Walter, esperaban, sin suerte, algún pasajero. “Esto en un día normal es un hormiguero, hay 150 taxis en todo el aeropuerto; hoy somos unos 15”, explicó Walter.
Su compañero mostró la escasa recaudación del día: “Hice $700, pero de tanto girar gasté dos tubos de gas, son $400, así que me voy a mi casa con $300”.
En la puerta de acceso al hall principal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) no dejaba pasar a nadie sin autorización. Afuera, sentadas en un banco al sol y rodeadas de sus valijas, las biotecnólogas y posdoctorandas del Conicet María Eugenia Llases, Carolina Di Benedetto y Antonela Palacios eran las únicas pasajeras que esperaban para viajar.

Y probablemente, de las pocas argentinas autorizadas para volar.
“Estamos yendo a San Francisco a dar una mano con Caspr Biotech, un proyecto argentino que desarrolla contra reloj tests rápidos de detección de coronavirus”, explicó Llases. Oriundas de Rosario, las tres científicas salieron de allí al mediodía, en remise, aunque su vuelo partía a las 23.
“Teníamos miedo de atrasarnos en los controles de la ruta, la gente nos había dicho que se podían demorar horas, pero llegamos bien”, agregó Llases. Di Benedetto contó: “Hay muchas ganas de participar del proyecto, también un poco de miedo, no al virus, sino a que se suspenda o demore la vuelta”. Su regreso está planeado para dentro de dos meses.
La mayoría de las plazas de estacionamiento del aeropuerto se veían ayer curiosamente ocupadas, aunque el tránsito era casi nulo. Según explicaron voceros de Aeropuertos Argentina 2000, muchos son vehículos de empleados y operarios, pero otros quedaron allí a la espera de que sus dueños, varados en algún destino, vuelvan a retirarlos. “Para cualquiera que vuelva a buscarlos o venga por el día, no se cobra la estadía; las barreras están abiertas”, avisaron.

De las 24.000 personas que habitualmente trabajan en Ezeiza, hoy lo hacen un 50%, el mínimo necesario para funcionar. El único sector que opera sin restricciones, y de hecho aumentó su actividad, es el de los vuelos de carga. “Normalmente tenemos tres o cuatro por día. Ahora está habiendo el doble porque se traen insumos”, explicaron en la empresa.
En la terminal A había algo más de movimiento: cerca de las 18 coincidieron allí los argentinos repatriados de Sídney, asistidos por personal de la PSA, con quienes viajaban a Alemania, acompañados por la embajada de ese país. Pero nada alcanzaba para cambiar la atmósfera extraña del lugar. Casi todo el mundo llevaba barbijos y en los rostros se adivinaba el alivio de quienes acababan de llegar y la ansiedad de los que por fin estaban por irse.

“Es raro volver en este contexto, pero las puertas en Australia se me estaban cerrando. Me da cierta tranquilidad estar en casa”, contó Ezequiel Magrini, un escritor de 30 años que volvió después de tres años afuera. Con domicilio en Mar de Ajó, el joven debía esperar varias horas a que pasara a buscarlo su familia.
Otros subieron a ómnibus dispuestos por el Ministerio del Interior, según su provincia de residencia. “Fue terrible, pero llegamos”, dijo Laura Aguirre, que había viajado por vacaciones y desde hacía tres semanas intentaba regresar a Córdoba.

Inédita y desoladora actividad en el Aeropuerto de Ezeiza  

 

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