Los 70: la fuga cinematográfica de Montoneros en un avión secuestrado de Aerolíneas Argentinas

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Tras el cruento ataque a un regimiento militar en Formosa, en octubre de 1975, unos 30 guerrilleros escaparon en la aeronave y descendieron en un campo privado cerca de Rafaela.

El ataque al Regimiento de Infantería Monte 29 de Formosa, la ofensiva más cruenta de los Montoneros, requirió una preparación en varios frentes simultáneos. Fue el domingo 5 de octubre de 1975, durante la vigencia de un gobierno constitucional, y quizás la fase más audaz fue el secuestro del vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas para garantizar la fuga de unos 30 guerrilleros que habían participado del frustrado y sangriento intento de copamiento del cuartel militar.

El combate en el regimiento se extendió por media hora y perdieron la vida un subteniente, un sargento primero y diez conscriptos. La resistencia de los militares fue tenaz y cayeron en los enfrentamientos doce atacantes guerrilleros. EL resto emprendió la fuga, a todo vapor, rumbo al aeropuerto, donde otro grupo comando ya había secuestrado el avión de Aerolíneas que venía de Buenos Aires con 102 pasajeros a bordo, entre ellos cuatro bebes, y seis tripulantes.

El periodista Ceferino Reato, que reconstruyó la fatídica jornada en su libro Operación Primicia, relata que cuando la aeronave sobrevolaba la ciudad de Monte Caseros, rumbo a Corrientes, un joven veinteañero irrumpió en la cabina con una pistola Browning 9 milímetros y sorprendió al comandante Diego Bakas y al copiloto Amílcar Fernández con un grito: “¡No se muevan! ¡El avión está tomado por Montoneros”.

Como signo de que la operación estaba planificada, otro joven armado les ordenó que apagaran el transponder, para evitar que el piloto enviara señales de alerta al radar de tierra. Uno de los guerrilleros tomó el lugar del copiloto, que fue llevado a punta de pistola hasta la segunda fila del sector de pasajeros. Sacó mapas ya preparados en la cabina y obligó al comandante Bakas a desviar el recorrido hacia Formosa.

Los movimientos extraños en las primeras filas del avión inquietaron al resto de los viajeros, hasta que uno de los guerrilleros anunció por el micrófono del personal de a bordo: “Somos integrantes de la organización político militar peronista Montoneros y este avión está tomado. Todos los pasajeros deben permanecer tranquilos en sus asientos y colocar sus manos detrás de la nuca”, indicó la voz extraña –narra el libro de Reato-, como si la nave estuviera transitando una zona de turbulencias.

Rumbo a Formosa

Los agentes de Montoneros en el avión eran siete. Localizaron entre los pasajeros al jefe de la Delegación Corrientes de la Prefectura, Aníbal Antúnez, a quien le retiraron su revólver Ruby, calibre 38, y la credencial.

El aterrizaje en el aeropuerto El Pucú, de Formosa, llevó tranquilidad. Los pasajeros respiraron aliviados al saber que estaban en Formosa y que el objetivo no era llevarlos a Cuba o a otro país. La voz del micrófono se volvió a encender: “La organización político militar Montoneros agradece a todos los pasajeros la calma que han mantenido”. Pero en la cabina de mando había tensión, recuerda Reato en su libro. Cuando tomaron contacto con el operador de la torre de control, éste advirtió corridas y un tiroteo en la aeroestación, que fue tomada en ese momento por otro grupo comando. Los montoneros dejaron descender a los pasajeros del avión, pero ordenaron a la tripulación y al prefecto naval que permanecieran en la nave.

Al cruzar la plataforma e ingresar al hall del aeropuerto, los pasajeros se encontraron con que la pesadilla seguía. “Los guerrilleros estaban contra la pared y nosotros, tirados en el piso delante del mostrador de Aerolíneas, había más de doscientas personas y el fondo estaba libre: era por donde se movían los guerrilleros, iban y venían”, cuenta Reato al citar el testimonio de uno de los rehenes.

Ubicados en los asientos de las ventanillas, todos separados, la tripulación y el prefecto observaban que personas desconocidas subían y bajaban del avión, mientras había gente que se desplazaba con armas en el aeropuerto. Los guerrilleros le dijeron al comandante Bakas, un teniente de fragata retirado con más de 13.000 horas de vuelo, que necesitaban cargar combustible para una hora más de viaje. Otro signo de que el destino no era Cuba.

A poca distancia, estaba el avión Cessna 182 LV-HOT, del Aero Club Chaco, de cuatro plazas, al que los Montoneros convirtieron en el avión secundario de la operación”. El objetivo era confundir en el momento del despegue a las autoridades policiales y militares.

El aeropuerto El Pucú fue el escenario de la fuga, con militantes guerrilleros que llegaron en distintos vehículos, a gran velocidad y con armas, para escapar en el Boeing 737-200 de Aerolíneas, que permaneció 50 minutos en la pista. Era el avión más moderno de la empresa estatal, que lo había adquirido en 1970, por 8 millones de dólares.

Los rehenes del hall central Humberto Parmetier, que había llegado en el avión secuestrado, y Héctor Larroza, empleado de Aerolíneas, fueron obligados a llevar la escalerilla para ascender al avión, ayudados por el piloto Julio Céar Maluf y el operador de la oficina de plan de vuelos, cabo primero de la Fuerza Aérea Ángel Gómez, todos custodiados por un guerrillero que llevaba una gorra de Aerolíneas.

El avión de Aerolíneas partió a las 17.30 y un minuto antes había despegado el Cessna 182.

Aterrizaje, última fase

La colonia agrícola María Susana, un pueblo del sur de la provincia de Santa Fe que en ese tiempo reunía menos de 3000 habitantes y hoy tiene una producción anual de dos millones de quintales de granos, fue noticia de primera plana de todos los diarios porque en un campo de la familia Boll aterrizó, en una maniobra arriesgada, el avión secuestrado, con los guerrilleros a bordo.

La pista, acondicionada por otro pelotón de los Montoneros, se ubicó en un terreno anegado, cerca de Rafaela y a pocos kilómetros del cruce de las rutas 34 y 19. Nueve días antes, los agentes montoneros habían sobrevolado en un avión privado la zona donde pensaban aterrizar.

Eran 30 guerrilleros en el avión de Aerolíneas, dos de ellos en la cabina. Había dos heridos, aparentemente de gravedad, según testimonios posteriores de los tripulantes rehenes. En la parte trasera del avión les practicaban curaciones con materiales de primeros auxilios. La mayoría se cambió de ropa y dejaron los uniformes azules y del Ejército manchados de sangre y de tierra y se vistieron de civil.

La pista tenía una extensión de 2000 metros, pero la mitad estaba inundada, lo que reducía la capacidad de maniobra. El Boeing dio seis vueltas alrededor de la pista a 500 metros de altura, a antes de tocar tierra, una hora y diez minutos después del despegue. El piloto eligió hacerlo con el tren de aterrizaje activado. La otra opción era aterrizar de panza. Cuando terminó la maniobra, las ruedas se hundieron en el barro y el avión quedó apoyado sobre las turbinas.

Las crónicas periodísticas relatan que los guerrilleros descendieron del avión en pocos minutos, en una acción sincronizada. Se distribuyeron en diez vehículos, que los esperaban y estaban numerados. Bajaron tres bultos con armas del cuartel, cajas con fusiles y granadas que no habían sido utilizados en el ataque y un equipo de comunicaciones. Los cuatro ocupantes del Cessna 182 habían aterrizado en una arrocera en Nueva Valencia, frente al río Paraná y a unos 20 kilómetros de Corrientes. El avión de Aerolíneas quedó empantanado y solo pudo ser recuperada tras un operativo que se extendió durante varias semanas.

Mariano De Vedia – La Nación
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