Low cost, pero a qué costo
Autostop #31: una mirada entre la niebla a los problemas terrestres de los vuelos baratos
Así como antes FlyBondi, ahora JetSmart fue caso testigo de las complicaciones, en un bardo con cameo de la hinchada de Racing.
Hay tres formas de conocer las prestaciones de un servicio turístico . La primera es a través de publinotas que se deshacen en lisonjas y regodeos en apariencia objetivos y desinteresados, pura bableta para ganarse una «caricia» -por decirlo de manera poética-. La segunda es el apartado de opiniones de TripAdvisor , la plataforma que Google mejor posiciona a la hora de buscar este tipo de info, y que va desde una escala general de cinco opciones (de «Excelente» a «Horrible») hasta largos soliloquios sin límite de caracteres. Y la tercera, naturalmente, es por tu propia cuenta . Con tu bolsillo y tu experiencia. Que no te la cuenten.
Un amor real no es como vivir en aeropuertos
JetSmart opera hace tres años en Argentina, cuando el macrismo le abrió nuestro cielo a las aerolíneas low cost a la manera que lo hace la derecha vernácula: intentando replicar modelos europeos pero con normativas domésticas. Una especie de limosna para la prole, lujitos a la que te criaste. El auténtico: «¿Encima que te lo damos, te quejás? Agradecé y rajá de acá».
En el NO ya se había hablado de FlyBondi en la época cuando la línea de cartón hacía base en el aeropuerto de juguete de El Palomar y era noticia por vuelos que llegaban a un destino distinto al pactado o ni salían. Al otro lado de las cuarentenas, y después de varias denuncias por contaminación sonora y ambiental, la terminal aérea moronense cerró su funcionamiento comercial (volviendo a su utilidad inicial, la militar). Todo fue a parar a Aeroparque.
Si la pospandemia existe, está en el aeropuerto de Buenos Aires: montoneras de gente arrebatada contra el tiempo rumbo al aire, donde el barbijo se lo pone el que quiere, más como apósito estético que por cuestiones sanitarias, y la distancia social parece una leyenda del pasado. El policía que exige colocarse tapabocas tiene el suyo cubriéndole apenas la pera, dejando su napia con vista al frente. Sálvese quien pueda en tiempos de pestes varias, donde el Covid ahora comparte marquesina con gripes A, neumonías y faringitis contagiosas.
La semana pasada fue un caos para la industria aeroportuaria criolla a causa de una niebla que dominó el argento firmamento y obligó a reprogramar o suspender centenas de partidas y arribos en todo el país . A partir del lunes, los tableros comenzaron a llenarse de fichas rojas con demoras y cancelaciones, lo que continuó hasta el domingo en algunas terminales del interior.
«No sabemos cuándo despegarán»
Pero no culpes solo a la noche ni a la lluvia: entre las inclemencias y la confusión, algunas compañías aprovecharon el desconcierto para meter el dedo y sacar su beneficio ante la ignorancia de los viajantes sobre sus derechos y un flaco amparo del Estado en este tipo de entuertos. Situación poco recomendable en contextos de irritación general, y caldo de cultivo para profundizar sensibilidades Neo-anárquicas. La grieta también está en el aire.
En el Aeroparque Jorge Newbery las anulaciones comenzaron a acelerarse el lunes al mediodía. Aerolíneas Argentinas, FlyBondi, Latam, la brasileña Gol y la operadora charter AmericanJet se iban anticipando cada vez más a los ceses. La única que no bajaba la perilla era JetSmart: falsa ilusión frente a la postal que ofrecían las ventanas del pre-embarque, de frente a una pista completamente cegada por la neblina, donde los aviones apostados ni siquiera se movían, y algunos incluso apagaron sus luces. La zozobra se ganó el ambiente.
Como siempre en estas situaciones, la tirria copa la parada entre las multitudes acumuladas en pasillos. La normativa exime a las compañías de resarcimientos si los cambios de vuelos son generados por cuestiones climáticas, una letra chica que la mayoría de los pasajeros desconoce. Solo queda esperar, aguantar y cruzar los dedos. Una prueba de fuego para la ansiedad.
En ese escenario, las empresas áreas, chúcaras, en vez de suspender los viajes, prefieren postergarlos de a microgoteo. Así, van pateando la salida dos horas, tres, cuatro, y así, hasta cansarte. Una estrategia psicológica y perversa para agotarte y que pierdas voluntad de reclamo cuando finalmente te avisan que el vuelo se cancela. Es cierto que los viajeros, cuando se manejan en masa, pueden tentarse por conductas histéricas y boludas como pararse en el pasillo para agarrar la mochila de la gaveta ni bien aterriza el avión.
De los 900 comentarios que JetSmart tiene en TripAdvisor, la mitad son negativos . Y 350 de ellos recibieron la calificación de «Horrible». Una reputación que la compañía acentuó la semana pasada con una conducta completamente atentatoria contra la dignidad de sus clientes. A veces rozando lo descarnado. El lunes les hicieron creer a decenas de pasajeros que algunos vuelos suspendidos por la niebla en Aeroparque iban a salir desde Ezeiza, obligándolos a hacer esos casi 50 kilómetros de distancia en unos micritos que solo tenían veinte lugares y venían de a uno por hora.
» No sabemos cuándo despegarán, vamos a esperar a la mayor cantidad de gente posible», aterró un empleado de JetSmart que invitaba a aguardar el próximo Tienda León en un corralito tipo feedlot de engorde de angustias.
Recién en ese destino, y después de largas horas, confirmaron entrada la madrugada que los viajes estaban suspendidos. En esa procesión había muchos pibes que querían aprovechar las ofertas de la low cost, pero también familias con nenes y gente mayor . Todos debieron volver por su cuenta y esperar novedades.
«Por eso les sale barato»
El agobio no puede impedir lo inevitable, pero baja la intensidad del reclamo. Y el que se queda solo protestando, recula. Pero el miércoles, cuando el cielo escampó y los vuelos parecían normalizarse, JetSmart siguió en plan delay. Esta vez la excusa era un «problema mécanico», situación que deja de dar amnistía a la compañía y la obliga a responder por el cambio no forzado. Nadie sabe nada, ni siquiera explica demasiado. La respuesta se repite como mantra: hay que esperar a ver qué pasa.
Del otro lado, la barra de Racing: esa noche la Academia juega por la Copa Argentina en Jujuy y reprogramar el vuelo no es opción para la Guardia Imperial que, como todos, bancó los trapos durante dos días de latencias y sarasa. Ni siquiera el «voucher de cortesía» que la empresa ofrece para mitigar la demora: un café con leche con dos medialunas. La tensión escala, los muchachos copan el mostrador de embarque como una Toma de la Bastilla y tiene que intervenir una dotación de la Policía Aeroportuaria. En simultáneo, otra atiende en la planta baja una especie de amenaza de bomba por una mochila dejada en una ventanilla. Entre lo dramático y lo surrealista. Todo se normaliza recién por la noche, sin poder exigirle demasiado a nadie.
Nuevamente: servicios europeos con soluciones domésticas. «Esto es así, por eso les sale barato», le disparó un efectivo de la Policía a un muchacho que se quejaba sin éxito en lo que parece ser una pésima estrategia de disuasión. Del otro lado escucha sin responder un empleado en el único lugar para reclamarle a una aerolínea cuya única oficina física está en el piso 18 de un edificio del microcentro, cerca del cielo turbulento y bien lejos de lo que se vende como un servicio de vacaciones y descanso, curiosamente en el mismo sitio donde funciona el Ministerio de Turismo de la Nación.