07/09/2008
La Voz del Interior - Córdoba - Nota
- Opinión
Aerolíneas,
¿argentinas?
La llamada reestatización de Aerolíneas
Argentinas y Austral, lejos de poner fin
al largo conflicto entre el Estado argentino
y la operadora española Marsans,
abre un nuevo e intrincado capítulo
de negociaciones, que serán duras
y difíciles.
Por 46 votos contra 21 el Senado de la Nación
aprobó la reestatización de
Aerolíneas Argentinas y Austral a
través de la compra de acciones al
grupo Marsans, poniendo fin a un largo conflicto
entre el Estado argentino y la operadora
española. Decir “poner fin”
quizá sea un eufemismo, ya que esta
historia está lejos de haber terminado,
dadas las instancias legales y comerciales
que aún quedan y sobre todo por la
pesada herencia económica que deberá
afrontar la nueva empresa. Una empresa cuyo
exacto perfil no está definido, ya
que no se sabe si será una empresa
estatal en un ciento por ciento o una empresa
mixta con mayoría estatal o una con
fuerte participación del Estado.
La iniciativa aprobada
por el Senado autoriza al Estado a rescatar
a ambas líneas aéreas a través
de la compra de acciones societarias, y
establece asimismo el control parlamentario
del valor de la tasación de las dos
compañías y de los aportes
financieros destinados a recuperar la operatividad,
los que deberán ser informados a
la Comisión Bicameral de Reforma
del Estado. Y cualquiera sea la forma societaria
que asuma la nueva empresa, la ley dispone
que el Estado no perderá la mayoría
accionaria.
La oposición, si
bien votó en contra del proyecto
gubernamental, no lo hizo por estar en contra
de la reestatización de Aerolíneas
y Austral sino por objetar las condiciones
en que ésta fue encarada por el Gobierno.
Había diversas opiniones, una de
las cuales –la predominante–
decía que comprar una empresa que
dejaba una deuda 890 millones de dólares
no era un buen negocio para el Estado argentino,
y que por lo tanto había que pensar
en otras alternativas, entre ellas la de
crear una nueva empresa de bandera nacional.
Pero también en
los bloques oficialistas del Congreso había
diversidad de opiniones, como lo demuestra
que el proyecto original elevado por el
Poder Ejecutivo fue modificado por el Congreso,
primero por Diputados y después por
el Senado. Y una de las modificaciones fundamentales
fue la eliminación del artículo
que ratificaba el acta-acuerdo suscripta
por el secretario de Transportes, Ricardo
Jaime, y el grupo Marsans, según
el cual la Argentina se hacía cargo
de la deuda de 890 millones de dólares.
Sin embargo, los legisladores de la oposición
insistieron en que, si bien el referido
artículo había sido eliminado,
el acta-acuerdo seguía vigente.
Uno de los senadores nacionales
por Córdoba, Roberto Urquía,
dijo que el Tribunal de Tasaciones de la
Nación iba a tomar todos los recaudos
para que “los argentinos no tomemos
una deuda que no hemos contraído”.
Pero otro senador por Córdoba, Carlos
Rossi –que votó en contra del
proyecto oficialista– dijo que la
ley debía consignar expresamente
que el acta entre Ricardo Jaime y Marsans
quedaba sin efecto y que el pasivo de 890
millones de dólares debía
ser afrontado exclusivamente por la empresa
española.
Como puede advertirse,
hay demasiados dimes y diretes en torno
al “acta-acuerdo”, respecto
de cuya validez no hay consenso entre los
legisladores nacionales. Pero hay más
todavía: el senador Urquía
dijo que “el Estado es la persona
jurídica ideal para la gestión,
aunque con delegación privada del
gerenciamiento”. Parece una buena
fórmula, sensata, racional, equilibrada,
pero entonces no hay que llenarse la boca
con la palabra reestatización, porque
si el gerenciamiento –o sea el manejo
empresarial y operativo de la nueva empresa–
va a estar en manos privadas, quiere decir
entonces que no se vuelve a un estatismo
ineficiente y ultramontano, que fue el que
desencadenó las privatizaciones en
masa de la década de 1990.
Hay, pues, muchos aspectos
sobre los cuales la opinión pública
no está bien informada y que dan
pie a dudas. Hay una ley aprobada por el
Congreso, pero la negociación con
Marsans –y por interpósita
persona con el Estado español–
continúa, y es muy posible que transcurra
por aguas turbulentas, ya que en estas cosas
nadie regala nada. Pero lo que hay que destacar
es que el Congreso argentino ha tomado en
este tema el toro por las astas, se ha reservado
las facultades que les son propias y puesto
coto a ese sistema de gobernar a través
de los superpoderes y los decretos de necesidad
y urgencia. Lo que es sumamente positivo.