21/09/2008
La Nación - Nota - Economía
& Negocios - Pág.12
Un giro copernicano
en la Casa Blanca
La presidenta Cristina Fernández
de Kirchner pidió hace días
que los argentinos no hablen tan despectivamente
de su propio país y deslizó
que algunas de esas críticas suelen
ser injustas. Tiene razón. Se atribuye
a nuestra clase política decir en
campaña una cosa y hacer la contraria
luego de asumir. Y se señala muchas
veces que en el mundo desarrollado tales
cosas no pueden suceder. George W. Bush
acaba de demostrar que el cambio de discurso
de Carlos Menem, por ejemplo, entre la campaña
electoral de 1989 y sus decisiones de gobierno
son un mero detallle frente a lo que la
administración republicana acaba
de hacer en su propio país.
Desde 1997, los republicanos neoconservadores
acosaron al presidente Bill Clinton con
los escándalos sexuales y con críticas
despiadadas a la política de salvatajes
de países, como los aplicados a México
en 1995, al sudeste asiático en 1997
y a Brasil en 1999. En el nuevo orden mundial,
el Tesoro norteamericano primero y el FMI,
el Banco Mundial y el BID después
se transformaron en prestamistas de última
instancia para naciones en problemas.
Pero los representantes del partido del
elefante pusieron el grito en el cielo.
El dinero de los contribuyentes americanos
no podía ser usado para salvar a
países que habían tomado riesgos
irresponsablemente. Catedráticos
como Kenneth Rogoff y Anne Krueger, políticos
como el luego secretario del Tesoro Paul
O Neill y propagandistas, como el columnista
de The New York Times , Thomas Friedman,
señalaron a los cuatro vientos con
toda clase de argumentos que países
enteros debían pagar el precio de
sus errores y quebrar irremediablemente,
cualquiera que fuera el daño que
eso pudiera causar.
Bush y sus neoconservadores ganaron los
comicios y llevaron sus ideas a los foros
e instituciones internacionales. Sorprendentemente,
aquí fueron adoptadas entusiastamente
por sectores supuestamente progresistas,
que hoy dicen que es un triunfo de la heterodoxia,
y por lo tanto propio, que la Casa Blanca
utilice enormes cantidades de dinero estatal
para salvar ya no a países, sino
a compañías privadas llevadas
a la ruina por aventuras especulativas colosales.
Cristina Kirchner se ha alegrado del cambio
de la receta norteamericana. Parece no haber
reparado que ella y su marido, con su ministro
Roberto Lavagna, aplicaron aquí la
primera, la de la quiebra y el default,
que licuó los ahorros de miles de
depositantes y de todos los aportantes a
las AFJP. Si Bush utilizara los términos
futboleros de José Sanfilippo, podría
achacarle al matrimonio gobernante haberse
"comido el amague". El presidente
de los Estados Unidos felicitó públicamente
a Néstor Kirchner cuando el entonces
titular del Ejecutivo argentino envió
a los aportanes a las AFJP al default junto
con los extranjeros, algo que ni Adolfo
Rodríguez Saá ni Eduardo Duhalde
se habían animado a hacer.
Kirchner y Lavagna, en esa ocasión,
tal vez tomaron una decisión lejanamente
parecida al colosal salvataje americano,
al permitir que los bancos locales mantuvieran
fuera del default los papeles que eran de
ellos.
Anne Krueger prometía como número
dos del FMI crear un sistema de convocatoria
de acreedores para países, que no
estuvo disponible para la Argentina, que
sufrió la peor de las circunstancias
sin ayuda externa alguna. El sufrimiento
sólo fue aliviado por una providencial
devaluación del dólar y aumento
de los precios internacionales de las materias
primas, que probablemente haya sido decisivo
para que no hubiera una descomposición
institucional violenta y de consecuencias
difíciles de prever.
Thomas Friedman, que en 1997 clamaba que
no había que ayudar a Corea del Sur
en medio de la hecatombe, señalaba:
"Es hora de que algún banquero
se corte el pelo, y no hablo sólo
de sacarse un poco la pelusa, sino de un
corte de verdad". Hoy defiende que
el Estado norteamericano absorba, con costo
para los contribuyentes, las hipotecas "tóxicas"
que los mismos banqueros, más melenudos
que nunca, otorgaron más que irresponsablemente
a personas que jamás podrían
pagarlas. Ahora se socializarán las
pérdidas, pero Friedman ya no defiende
a los plomeros y carpinteros norteamericanos
que pagarán la fiesta ajena. Es notable
cómo cambian las opiniones cuando
lo que puede quebrar es el país donde
uno vive, el banco donde están los
ahorros o la empresa en la que se cobra
el salario.
Lo reprochable del sistema americano es
que de verdad vivieron estos años
como si el Estado pudiera no hacerse cargo
en medio de una quiebra generalizada. La
"codicia contagiosa" a la que
ahora Friedman vuelve a culpar por la catástrofe
fue culpa del Estado. Bush no quiso de ninguna
manera ver profundizarse una recesión
y una corrección del valor de los
activos y los salarios en su país
e hizo todo lo que pudo para tener una política
fiscal más que laxa, pasando del
colosal superávit que dejó
Clinton a un déficit fiscal jamás
visto. Además, redujo impuestos a
los ricos y la Reserva Federal bajó
las tasas a mínimos históricos.
No puede pedirse a los particulares que
sean cuidadosos con el dinero, cuando los
billetes llueven del cielo.
Cristina Kirchner dice que "los loros"
que hablan de economía no lo advirtieron.
Pero en enero de 2006, cuando Alan Greenspan
dejó la Fed, el semanario The Economist
le dedicó su portada. Greenspan era
un corredor de posta que ponía en
manos de su relevo el testimonio, que no
era otra cosa que un cartucho de dinamita
con la mecha encendida y que tenía
impreso su nombre: "la economía".
"La partida de Greenspan bien podría
marcar el punto más alto de la economía
estadounidense, con un período de
crecimiento lento por delante. Esto no se
debe tanto a que se va, sino a lo que deja
atrás: los mayores desequilibrios
económicos de la historia de los
EE.UU.", señaló el semanario
inglés en la nota "Tiempo de
peligro para los Estados Unidos".
Las principales críticas de esa
nota a la Fed fueron:
Las políticas de la Fed de la última
década parecerían tener costos
de largo plazo muy dolorosos.
El robusto consumo ha sostenido el crecimiento
del PBI, pero al costo de una tasa de ahorro
personal negativa, una creciente carga de
deuda para los hogares y un inmenso déficit
de cuenta corriente del país.
Parte de la actual prosperidad de los EE.UU.
no se basa en aumentos genuinos del ingreso
ni en un alto crecimiento de la productividad,
sino en un endeudamiento a futuro. Cuando
se aplanen los aumentos de los precios de
las casas y por tanto se termine el margen
para seguir endeudándose en función
de esos precios, el consumo sufrirá
un tropiezo. La marea de dinero fácil
no está en ascenso y muchos hogares
estadounidenses se van a ver expuestos de
manera intempestiva. En palabras de Warren
Buffett: "Es sólo cuando baja
la marea que se puede ver quién está
nadando desnudo".
No es la heterodoxia sino la irresponsabilidad
fiscal la que creó el problema. El
remedio aparenta no poder todavía
con la enfermedad. La Argentina parece siempre
elegir la peor receta. El default del que
todavía no se salió con los
bonos y el pago sin chistar ni discriminar
de las deudas de Aerolíneas Argentinas.
joviedo@lanacion.com.ar